miércoles, 17 de abril de 2013

LA ÚLTIMA VERDAD





El viejo poeta llegó a la isla por dichosa suerte. Único sobreviviente del huracán asesino que hizo pedazos el barco que tripulaba.

Miró a su alrededor y observó las cosas como si era la primera vez en su vida que abría los ojos. Se sentó y pensó en lo que sería de su vida, pero de nada le servía pensar en árboles frutales, ni verduras, ni nada que pudiera ayudarle a sobrevivir. Cansado de caminar, se tiró al suelo y decidió que si la muerte vendría, cosa que era muy segura, la esperaría sentado, sin caminar, sin correr, sin parpadear, no quería parecer un cobarde y deseaba verle a la cara.

-Bueno – se dijo -Ya que estoy solo y sin nada, haré lo único que me queda hacer; oleré las flores que nunca he olido, escucharé atentamente el lenguaje del viento y de las olas. Mi paladar será el único desafortunado, y por último, recitaré con la mejor entonación posible los poemas que siempre me han acompañado.

Terminó cansado de oler las flores, de tocar cosas viejas, de escuchar la voz del viento y de mirar al sol. Después de no comer ni beber nada en cuatro días, tan solo le quedaba hacer lo que según él le quedaba por hacer; Recitar. Comenzó a palabrear y se miraba absurdo, ridículo, loco, completamente loco, aunque no había perdido la cordura. Nunca estuvo más cuerdo que en ese momento. Y con su gran imaginación de poeta, idealizó un gran público y dijo en voz alta lo siguiente –Estos poemas son para ustedes más que para mí, mis únicos herederos.

Y comenzó por Dante, luego Petrarca, Lope, Quevedo, Cetina. Y así iba como caminando por el tiempo. Que Nerval, Werther, Byron, Espronceda, Verlaine, Baudelaire, hasta llegar a sus propios poemas y las horas clavaban sus segundos en cada parte viva de aquel viejo para matarlo poco a poco, así de a poquitos, como le gusta al tiempo matarlo a uno. Después de largas horas de poesía, no se escuchaban aplausos, ni comentarios, ni siquiera reproches, y esto le pareció extremadamente aburrido y deseaba fervientemente que por lo menos estuviesen ahí, sus críticos más ponzoñosos.

Luego de unas horas estaba tan enfermo y loco que al levantar la vista dijo:
-Puta… recité tanto que los aburrí, con razón ya no hay nadie, si por lo menos hubiera hablado dos cosas que ellos querían escuchar no me hubieran dejado solo, ¡Soy un pendejo! ¡Soy un pendejo! !Soy un pendejo!...

Y así iba de reproche en reproche. No me terminaron de contar su historia, pero me entristeció mucho que hasta el final de su vida se hubiera dado cuenta de quien había sido.