martes, 4 de junio de 2013

RETRATOS



Estos RETRATOS que leerán a continuación, vieron la luz por vez primera en el primer número de la revista  “imaginaria” de la ciudad de Tegucigalpa, dirigida por el poeta Rigoberto Paredes y Roberto Castillo. Es un honor sin duda, que alguien del peso de Eduardo Galeano haya querido hacer partícipe de estos magníficos retazos, a una revista de un país como éste, en donde el arte es visto como una piedra en la cual el pueblo no debe tropezar con el píe de su ignorancia. Sin más que decir, aquí los dejo frente  a estos RETRATOS, dónde el pincel transfigurado en pluma, nos muestra parte de la esencia de estos seres que ya sea por su bondad, su libertad, su despotismo, valentía o su rebeldía, seguirán vivos en nuestra memoria histórica.

BARRETT (1908, Asunción)

Está dispuesto a salvar al mundo aunque el mundo no quiere. El joven anarquista arenga al pueblo en las esquinas, subido a un cajón, y publica artículos de revelación y denuncia. Rafael Barrett se mete en la realidad paraguaya, realidad que delira como un moribundo, y en ella se quema.
Quizás él había vivido en el Paraguay antes, siglos o milenios antes, quién sabe cuándo, y lo había olvidado. Lo cierto es que hace cuatro años, cuando por casualidad o curiosidad Barrett desembarcó en este país, sintió que había llegado a un lugar que lo estaba esperando, porque este lugar era su lugar en el mundo. El más paraguayo de los paraguayos, el más miga de este pan, el más yoyo de esta tierra, ha nacido en Asturias, de madre española y padre inglés, y se ha educado en París.
El gobierno paraguayo manda echar a Barrett. Las bayonetas lo empujan a la frontera. Lo deportan por agitador extranjero.

PANCHO VILLA (1911/ Campos de Chihuahua)

De todos los jefes norteños que han llevado a madero a la presidencia de México, Pancho Villa es el más querido y queredor.
Le gusta casarse y lo hace a cada rato. Con una pistola en la nuca, no hay cura que se niegue ni muchacha que se resista. También le gusta bailar el tapatío al son de la marimba y meterse al tiroteo. Como lluvia en el sombrero le revotan las balas.
Se había echado al desierto muy temprano:
-Para mí la guerra empezó cuando nací.
Era casi niño cuando vengó a la hermana. De las muchas muertes que debe, la primera fue de patrón; y tuvo que hacerse cuatrero.

Había nacido llamándose Doroteo Arango. Pancho Villa era otro, un compañero de banda, un amigo, el más querido: Cuando los guardias rurales mataron a Pancho Villa, Doroteo Arango le recogió el nombre y se lo quedó. El paso a llamarse Pancho Villa, contra la muerte y el olvido, para que su amigo siguiera siendo.



ISADORA (1916/Buenos Aires)

Descalza, desnuda, apenas envuelta en la bandera argentina, Isadora Duncan baila el himno nacional.

Una noche comete esta osadía, en un café de estudiantes de Buenos Aires, y a la mañana siguiente todo el mundo lo sabe: el empresario rompe el contrato, las buenas familias devuelven sus entradas al Teatro Colón y la prensa exige la expulsión inmediata de esta pecadora norteamericana que ha venido a la Argentina a mancillar los símbolos patrios.

Isadora no entiende nada. Ningún francés protestó cuando ella bailó la Marsellesa con un chal rojo por todo vestido. Si se puede bailar una emoción, si se puede bailar una idea, ¿por qué no se puede bailar un himno?

La libertad ofende. Mujer de ojos brillantes, Isadora es enemiga declarada de la escuela, el matrimonio, la danza clásica y de todo lo que enjaule al viento. Ella baila porque baila gozando, y baila lo que quiere, cuando quiere y como quiere, y las orquestas callan ante la música que nace de su cuerpo.


VALENTINO (1926/Nueva York)

Anoche, en una cantina italiana, Rodolfo Valentino cayó fulminado por un banquete de pastas.

Millones de mujeres han quedado viudas en los cinco continentes. Ellas adoraban al fino felino latino en las pantallas-altares de los cines-templos de todos los pueblos y ciudades. Con él cabalgaban hacia el oasis a través del viento del desierto, entraban en trágicos ruedos de toros y misteriosos palacios, bailaban sobre suelo de espejos, se desnudaban el los aposentos del príncipe hindú o del hijo del Sheik: eran atravesadas por la mirada del él, lánguido taladro, y estrujadas por sus brazos se sumergían en hondos lechos de seda.

Él ni se enteraba. Valentino, el dios de Hollywood que fumaba besando y miraba matando, el que cada día recibía mil cartas de amor, era en realidad un hombre que dormía solo y soñaba con la mamá.



OBREGON (1928/Ciudad de México)

En la hacienda del Nàinari, en el valle del Yaqui, aullaban los perros.

Que se callen! –Mandó el general Álvaro Obregón.
Y los perros ladraron más.
­­-¡Que les den de comer! –Mandó el general.
Y los perros no hicieron caso de la comida y siguieron el alboroto.
Échenles carne fresca!

Y tampoco la carne fresca hizo callar a los perros. Y fueron golpeados, pero continuó el clamor de la jauría.

-Yo sé lo que quieren – Dijo entonces resignado obregón.

Esto ocurrió el 17 de mayo. Y el 9 de julio, en Culiacán, estaba Obregón bebiendo un fresco de tamarindo a la sombra de los portales cuando sonaron las campanas de la Catedral y Chuy Andrade, poeta, borracho le dijo:

-Mocho, tocan por ti.
Y al día siguiente, en Escuinapa, después de un festín de tamales barbudos de camarón, estaba Obregón subiendo al tren cuando Elisa Beaven, buena amiga, le apretó el brazo y le pidió, con su voz rasposa:

-No vayas. Te van a matar.
Pero Obregón entró al tren y llegó a la capital. Obregón habría sabido abrirse camino, a tiros y sombrerazos, en los tiempos en que zumbaban las balas como avispas, y había sido matador de matadores y vencedor de vencedores, y había conquistado poder y gloria y dinero sin pagar, a cambio, más precio que la mano que Pancho Villa le voló, de modo que no iba a andarse con vueltas ahora que sabía que se le estaba acabando los días de la vida. Siguió como si nada, pero triste. Había perdido, al fin y al cabo, su única inocencia: La dicha de ignorar su propia muerte.

Hoy, 17 de julio de 1928, dos meses después de que los perros ladraran en Nàinari, un fanático de Cristo Rey mata al reelecto presidente Álvaro Obregón en un restaurante de la ciudad de México.






OBDULIO (1950/Río de Janeiro)

Viene brava la mano, pero Obdulio saco pecho y pisa fuerte y mete pierna. ÉL más crece mientras más ruge la inmensa multitud, enemiga, desde las tribunas.

Sorpresa y duelo en el estadio de Maracaná: el Brasil, goleador, demoledor, favorito de punta a punta, pierde el último partido en el último minuto. Le gana al Uruguay, jugando a muerte. El Uruguay es campeón del mundo por obra y gracia del vozarrón y de las mañas de Obdulio Varela, el capitán, negro mandón y bien plantado, que no se achica.

Al anochecer, Obdulio huye del hotel. Se va a beber por ahí, a celebrar en soledad, pero por todas partes encuentra brasileños llorando.
-Todo fue por Obdulio – dicen, bañados en lágrimas, los que hace unas horas vociferaban en el estadio – Obdulio nos ganó el partido.
Y Obdulio siente estupor por haberles tenido bronca, ahora que los ve de uno a uno. La victoria empieza a pesarle en el lomo. Él arruinó la fiesta de esta buena gente y le viene ganas de pedirles perdón por haber cometido la tremenda maldad de ganar. De modo que sigue caminando por las calles de Río de Janeiro, de bar en bar, y asì amanece, bebiendo, abrazando a los vecinos.


ALMEIDA (1957/El Uvero)

Juan Almeida dice que lleva dentro una alegría que todo el tiempo le hace cosquillas y lo obliga a reír y a saltar, muy porfiada alegría si se tiene en cuenta que Almeida nació pobre y negro en esta isla de playas privadas cerradas a los pobres por pobres y a los negros porque tiñen el agua, y que para más maldición decidió hacerse peón de albañil y poeta, y que por si fueran pocas las complicaciones echo a rodar la vida en este juego de dados de la revolución cubana y fue conquistador de Moncada y condenado a prisión y a destierro y navegante del Granma antes de ser el guerrillero que está siendo y que acaba de recibir dos balazos, no mortales pero jodidos, uno en la pierna izquierda y otro en el hombro, durante el combate de tres horas contra el cuartel del Uvero, a orillas de la mar.



BARRIENTOS (1967/La Paz)

En hombros del Nene, su gigante guardaespaldas, el general René Barrientos atraviesa la ciudad de la Paz. Desde arriba del Nene, va saludando a quienes lo aplauden. Entra en el palacio del gobierno. Sentado en su escritorio, con el Nene detrás, firma decretos que venden a precios de remate el cielo, el suelo y el subsuelo de Bolivia.

Hace diez años, Barrientos estaba pasando una temporada en un manicomio de Washington, DC, cuando le vino a la cabeza la idea de ser presidente de Bolivia. Hizo carrera por la vía del atletismo. Disfrazado de aviador norteamericano, asaltó el poder; y lo ejerce ametrallando obreros y arrasando bibliotecas y salarios.
El matador del Che es gallo cacareador, hombre de tres huevos, cien mujeres y mil hijos. Ningún boliviano ha volado tanto, discurseado tanto ni robado tanto.
En Miami, los exiliados cubanos lo eligen hombre del año.

REVUELTAS (1968/Ciudad de México)

Tiene medio siglo largo, pero cada día comete el delito de ser joven. Está siempre en el centro del alboroto, disparando discursos y manifiestos. José Revueltas denuncia a los dueños del poder en México, que por irremediable odio a todo lo que palpita, crece y cambia, acaban de asesinar trecientos estudiantes en Tlatelolco:
-Los señores del gobierno están muertos. Por eso nos matan.
En México, el poder asimila o aniquila, fulmina de un abrazo o de un balazo: a los respondones que no se dejan meter en el presupuesto, los mete en la tumba o en la cárcel. El incorregible Revueltas vive preso. Rara vez no duerme en celdas y entonces se pasa las noches tendido en algún banco de la alameda o escritorio de la universidad. Los policías lo odian por revolucionario y los dogmáticos por libre; los beatos de izquierda no le perdonan su tendencia a las cantinas. Hace un tiempo, sus camaradas le pusieron un ángel de la guardia, para que salvar a Revueltas de toda tentación, pero el ángel terminó empeñando las alas para pagar las juergas que se corrían juntos.

RUGAMA (1970/Managua)

El altivo poeta, el chaparrito de sotana que comulgaba de pie, dispara hasta el último tiro y cae peleando contra todo un batallón de la dictadura de Somoza.

Leonel Rugama tenía veinte años.

De los amigos, prefería a los jugadores de ajedrez. De los jugadores de Ajedrez a los que pierden por culpa de la muchacha que pasa. De las que pasan a la que queda. De las que quedan a la que todavía no llegó. De los héroes, prefería a los que no dicen que mueren por la patria.

De las patrias, a la nacida de su muerte.