lunes, 13 de junio de 2016

ESA MALA FLOR LLAMADA POESÍA


Hace muchos años, cuando recién daba mis primeros pasos en este retorcido mundo de las letras, mis amigos del grupo literario al que pertenecía y yo, fuímos invitados a una lectura de poesía en el instituto Central Vicente Caceres. En el auditorio se encontraban no menos de 200 alumnos, y entre los que llenábamos la mesa principal, se encontraban miembros de la real academia, poetas con más premios que años encima, maestros del oficio y nosotros, las jóvenes "promesas" de la literatura de este país sin esperanzas ni promesas. Yo llevé un par de versos, unos versos que oscilaban entre el amor y el desamor, o más encaminados al desamor que al amor, (en realidad no importa tanto el orden, ya que siempre, luego del uno, siempre viene el otro) entonces comenzó la lectura, ante aquel auditorio que increíblemente prestaba una atención que pocas veces se llega a tener en una lectura, posiblemente les ofrecieron una buena cantidad de puntos a cambio de su total atención. Como antes lo mencioné, comenzaron a leer los grandes poetas, los viejos poetas, los maestros del oficio, los de la real academia y luego nos tocó el turno a los jóvenes y como me encontraba entre los mismos no tenía escapatoria. En realidad no quería leer, quería salir del lugar y caminar y luego esperar afuera a que todo terminara, pero el puesto en donde me tocó sentarme no me daba esa libertad. Así que tomé valor y comencé a leer esos tristes versos llenos de melancolía y de pronto, al llegar casi al final y ver de reojo al público, veo que entre 5 o 7 chicas se encontraban llorando, literalmente lloraban, ya se secaban sus lágrimas con sus manos o con pañuelos, o permanecían recostadas en el hombro de su compañero de al lado mientras sollozaban. Al concluir con el último verso, mejor que no hubiera llegado ese momento, toda esa multitud, más entusiasmada al ver a esas chicas llorar que por los versos que recién habían escuchado, comenzaron a aplaudir con tantos ánimos y a repetir al unísono "otro" que lea otro" y en ese momento sentí una combinación de pena y tristeza. !Había hecho llorar a más de 5 chicas en menos de cinco minutos! !que terrible premonición! si se mira desde un punto de vista un tanto sensible, se entenderá la emoción que me abrazaba. Luego comenzaron a enviarme papeles, algunos decían "hola, disculpe que lo moleste, pero me podría escribir lo que acaba de leer" "hola este es mi correo, le agradeceria si me puede escribir lo que leyó" "disculpe, me podría escribir un poema, o dedicarme ese que acaba de leer" y la lista hubiera aumentado si las maestras y maestros a cargo de los jóvenes no se interponen y les dicen que mejor me abordaran al terminar el evento. Todo esto que les acabo de comentar es la anticipación a algo que me sucedió la semana pasada. Me encontré a una chica que conozco desde hace un par de años en la universidad, prima de un amigo del colegio y la que siempre fue amable al saludarme. La semana pasada me comentó que ella había estado entre ese público, que ella también había llorado y que cuando llegó a su casa, entró con una cara tan distinta, tan triste y melancólica, que su madre la abordó y le preguntó que es lo que le sucedía y ella le respondió "mamí, estoy enamorada, simplemente es eso". Oh la poesía, esa mala flor que crece con el llanto y el dolor y que no deja más que pétalos marchitos en el suelo de la memoria.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Oscar Acosta, el último bibliófilo de un país sin libros



Ludwing Varela


Sí, bien sabemos que Oscar Acosta fue un hombre que se dedicó de lleno a la literatura; poeta, cuentista y ensayista. Que ganó varios premios nacionales e internacionales y que fue jurado de muchos otros de gran importancia. También sabemos que fue fundador de una de las editoriales más importantes de los sesentas y que junto a Pompeyo del Valle y Roberto Sosa recopiló algunas valiosas antologías de poesía y una de cuentos, que marcaron una línea entre un modernismo y pos modernismo a una tardía vanguardia. Fue también un recopilador de obras completas de grandes autores hondureños que hoy estarían en el olvido si no fuera por su buen ojo y sus gigantescas ganas de pelear contra el olvido. Que fue diplomático, director de la academia de la lengua etc. Todo eso se conoce de él y se ha dicho en varias conferencias, homenajes, y en pequeños artículos redundantes como los que podrán encontrar en este libro. Pero había una pasión más en la vida de Oscar Acosta, una pasión que lo hizo tener una de las bibliotecas más impresionantes de Honduras y podría decirse de Centroamérica. El libro, para Acosta, no solo eran líneas que desarrollaban ideas bajo la forma de párrafos o versos. El libro para él, tenía un valor agregado, y era la forma material, el objeto en sí mismo.  Un día le pregunté que sentía al tener una primera edición en las manos – Cuando uno se enamora y toma por vez primera entre sus manos las manos de la que uno ama –Me respondió. Y esa experiencia se repetía constantemente cuando tenía entre sus manos primeras ediciones de Neruda, Vallejo, Huidobro, Mistral, Darío, Alfonso Reyes,  Lorca o ediciones antiguas del Quijote, de la Divina Comedia o de la Ilíada. Oscar Acosta no escatimaba en gastos para darse esos placeres, y podría pensarse que en todo esto hay de parte del bibliófilo una gran vanidad, pero Acosta era de los que no decía mucho sobre sus libros, claro que a sus amigos personales les comentaba sus hallazgos, la alegría que se comparte sabe mejor, o se multiplica, pero no era su intención la de mostrarle al vulgo su magnífica colección, y menos en un país donde ya de por si el libro es un objeto encaminado al olvido. Oscar Acosta tenía por costumbre comprar dos ejemplares de los libros que más le importaban –Hombre prevenido vale por dos  -Decía. Por eso mencionaba antes que él no escatimaba en pagar por sus libros y era porque conocía el valor de los mismos.  Así que en la soledad de su biblioteca, cuando él tenía al silencio como único amigo, se enternecía al tener otra vez entre sus manos, los libros con los que sentía ese mágico roce que solo se siente cuando estamos llenos de una emoción parecida al amor, pero ¿Por qué no amar a los libros si dicen que son los mejores amigos del hombre? No dudaría en decir que Oscar Acosta es el último bibliófilo sincero en el país. Quedamos algunos que también apreciamos los libros, que también guardamos con celo algunas raras o primeras ediciones, pero la vanidad es la que nos mueve a llenarnos de libros que  ni siquiera leemos, ya que hasta tenemos miedo de abrir  sus páginas para que estos no se maltraten, nos mueve la material vanidad de mostrarle a muchos ciegos lo poco que tenemos. Hay que aprender mucho del poeta y como él, embriagarnos de ese amor puro y sincero que se tiene cuando en la soledad tenemos entre nuestras manos la mano de la que amamos, o también, cómo no, los libros que tanto amamos.




                                                                                                                                     

Este artículo debía aparecer en el libro recientemente publicado y titulado "Oscar Acosta: Lucidez Creativa" pero mi responsable irresponsabilidad hizo que en vez de eso usted lo leyera aquí.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

EL MAYOR ASESINO DEL MUNDO


Carlitos miraba con un fervor casi religioso la televisión. Perdido frente a ese mundo absurdo e irreal, fue cuando su vida cambió para siempre. Miraba un programa, de esos que nos hacen ver que la vida debe ser algo frío y egoísta y escuchó a la voz del comentarista decir; “Nacemos, crecemos, morimos. Así fue, es y será. Y pelear en contra de eso, es oponerse a la dictadura de la naturaleza. Por eso los leones matan a sus presas para sobrevivir, en fin, muchos mueren, para que otros vivan. Los débiles mueren para que los fuertes vivan”.

    Carlitos nunca olvidó esas frías palabras, quedaron tatuadas en su pequeña alma. Salió de su casa y  al  jugar  en  el  patio  observó  a  muchas  hormigas  que entraban y salían de su cocina con algunas migajas de pan, y él lo miró como desde ese día miraría las cosas. Sintió que lo estaban asaltando, que le robaban el sustento diario y repitió como hipnotizado lo que había escuchado “Muchos mueren, para que otros vivan.”
    Entonces agarró un bote con gas, tiró el líquido sobre las hormigas y les prendió fuego. Se sintió tan bien, tan ayudante de la naturaleza, que pensó que era de los que nacieron para mantener el equilibrio global.

    Iba creciendo y tras de sí dejaba una gran sombra de muerte. Comenzó a matar todo tipo de animales; que mataba pájaros por agujerear los árboles, que perros por comer gatos, que gatos por comer ratones y así iba exterminando todo tipo de criatura que nada más seguía sus instintos.
    Para Carlitos asesinar se había vuelto algo muy normal, y no estaba tranquilo si no le ayudaba a la madre naturaleza a mantener el equilibrio. Ya se creía imprescindible para el mundo. Había matado más insectos que la cantidad de personas que habían muerto en los campos de concentración. En sus cuentas se contaban; 69 perros, 42 gatos, 87 ratones, 56 pájaros. Y al mirar su lista, pensaba que si no hubiera trabajado, el mundo sería un caos.


    Hace no muchos días, al salir de la escuela un carro lo arroyó y Carlitos murió al instante. Me dolió mucho ver como enterraban a mi pequeño hermano, pero a la vez me tranquiliza que haya muerto de tan solo 10 años, porque estoy seguro que de un momento a otro, en un día no muy lejano, se daría cuenta que yo también afectaba el equilibrio y entonces me habría asesinado.   

miércoles, 26 de noviembre de 2014

7 VIDAS (A Picasso)



 Estaba cansado de tener que enterrar a los gatos de mi chica. Uno a uno morían ya sea envenenados o golpeados. Luego que muriera Dartañan, hace casi dos años, le siguieron una lista de nombres que aruñan el recuerdo de mi querida. Y me tocaba cargar con ellos,  cargar con una pala y buscar un terreno libre y suave en donde pudiera enterrar a los felinos que ronroneaban en el hogar. Estaba cansado, porque cuando llegué a esta casa eran 16 gatos, y eso equivale a  verla llorar 16 veces, y a mí me pesaba más su llanto que la perra muerte mordiendo la vida de todos esos gatos. Así que hace un mes conseguí una hermosa 38 cañón corto, en realidad esperaba descubrir al cabronazo que envenenaba a nuestros gatos, y cobrarle todo el llanto de mi chica y el sudor que me costó cargar con los animales, las herramientas y hacer los profundos hoyos dónde enterré sus rígidos cuerpos. El último de ellos se llamaba Picasso, un pequeño gato negro que últimamente buscaba su comida fuera del hogar. A lo mejor se cansó de la comodidad de estos muebles y de que siempre le sirvieran las cosas en la boca. A lo mejor se enamoró de alguna de esas gatas astutas que rondan los techos de los vecinos y por eso jugaba cada vez menos con mi pequeño hijo, quien nombraba a Picasso con un “mamá” que nos hacía reír, ya que a su madre no la nombraba con el mismo sustantivo. Ayer me dio por  quedarme escondido, mientras  fumaba un cigarrillo sobre un árbol cerca de la casa, ya eran pasadas las 12 de la noche y no había nadie en las calles. A lo lejos vi venir a un chico con aspecto de patinador, al acercarse lo escuché como blasfemando contra no sé quién. El pequeño Picasso  salió en ese momento y comenzó a maullar como llamando la atención de la gata por la cual se ausentaba más y más de casa, pero de pronto el  maullido fue apagado por un golpe seco que le propinó el chico blasfemo. Me tiré del árbol sin decir nada, el chico se impresionó al ver que no estaba solo y que yo era testigo de lo que había sucedido. Me acerqué a Picasso, lo levanté y comenzó a convulsionar, a estirarse violentamente en pausas de unos 10 segundos y a abrir toda su boca como tratando de aspirar todo el aire que encarcelaba la atmosfera. El chico estaba tras de mí como si nada. Lo miré como a alguien querido que  partió hace ya mucho tiempo y que ahora regresaba para calmar mis ansias de esperar tanto y tanto. Saqué mi revolver y le apunte a las piernas.
-Hace mucho que te estaba esperando –Le dije.
-¿A mí? ¿Hablas en serio? Ni siquiera me conoces.
-Te conozco desde que venías unos 100 pasos atrás y eso es suficiente para encariñarme de alguien o suficiente para odiarlo. La cagada es que para tu mala suerte te tocó mi segunda opción. No intentes moverte cabrón, si lo haces te disparo. El chico no se tomó mis palabras nada enserio. Seguramente venía de fumarse un porro y pensó que si jalaba el gatillo, de mi pistola saldría una banderita en la que estaría escrito “Peace & love” y entonces sonriendo pasó a mi lado como quien no mira a nadie. Eso era lo que en realidad estaba esperando, que el muy hijo de puta me retara de cualquier forma, así que apunté al pie con el que había pateado a mi gato y le dejé ir el primer balazo. Estoy seguro que se escuchó más el grito que el disparo, pero me acerqué a él rápidamente y le puse mi mano desocupada sobre su boca amenazándole que si gritaba una vez más acompañaría en ese mismo instante al desafortunado de Picasso. Hizo caso como si lo hubieran educado para ser el chico más obediente del planeta. Le dije que recogiera el cuerpo del gato, lo hizo arrastrando su pie ensangrentado, y lo hice que me siguiera hasta el parqueo de mi casa.


 Por eso del amor a los gatos yo había comprado un traje de  un gato, le dije al chico que se lo pusiera. Se tardó más de lo normal porque al quitarse su zapato deportivo, miró el agujero en su pie derecho y la sangre que salía como liberándose de esa mala carne que la contenía. Lo hice entrar en la casa, levanté a mi hijo para que mirara a su nueva mascota. –Tenes que maullar hijo de puta, si no lo haces bien te voy a sacar de aquí y te voy a descargar esta mierda. No intentes ninguna pendejada o te jodo hijo de puta. El tipo comenzó a maullar entre sollozos, mi hijo lo miraba absorto, fijamente, como cuando se ve algo por vez primera. El tipo maullaba y maullaba pero ninguna sonrisa, ningún “mamá” adornaba la boca de mi pequeño. Hasta que de pronto el dolor hizo que el tipo se moviera un poco bruscamente, así que el pequeño comenzó a llorar, y en realidad no sé si lo hacía por la ridícula forma en que trataba de engañarlo o porque en realidad sentía la ausencia de su primera mascota. Eso me encabronó y entonces saqué al chico de la casa, le dije que tomará las herramientas, que tomara el cuerpo del gato y que me siguiera hasta el cementerio de mascotas que él mismo, sin imaginarse, me había ayudado a construir. El lugar no quedaba largo de casa, en realidad uno se podía tardar en llegar unos 5 minutos, pero esta vez tardé 20 minutos porque el chico arrastraba el pie herido y se quejaba del peso de las herramientas. Llegamos al lugar, él temblaba dentro de ese traje, parecía que los mismos pelos del traje estaban erizados, el miedo y la sangre se podían oler en el ambiente. –Dejáme ir por favor – Me dijo con la voz quebrada de miedo. Le hice señas para que comenzara a cavar el hoyo para enterrar a Picasso. El tipo se esforzaba desmedidamente, quiso quitarse el traje para poder agarrar mejor la barra y la pala pero no se lo permití. Me imagino que el trabajo, el miedo y el calor por esta metido dentro del traje, lo hacían sudar por las 15 veces que el hijo de puta me había hecho sudar a mí al enterrar a esos indefensos animales. Pasaba el tiempo y miraba que la fuerza se le escapaba al tipo por el pequeño agujero que tenía en su pie. Se tiró al suelo y lloró como un gato en celo. Lloraba, porque cuando me decía si era suficiente el hoyo para el gatito, yo le repetía que no y le apuntaba con una mirada intimidante. Luego de un par de horas, el hoyo era tan grande que en él cabía un gato de gran tamaño. Miré a la figura frente a mí, peluda y maloliente ya que se había cagado del miedo. Sin duda ya no era un hombre, y si un día lo fue, esa noche había dejado de serlo. Lo miré fijamente mientras el tipo se quejaba como maullando y le dije -Hoy es tu día de suerte hijo de puta ¡Sos un suertudo de mierda!- Y le descargué los otros 5 tiros, cayó al hoyo que había cavado y me fui con las satisfacción que el tipo no volvería a hacer lo mismo. Si no tuvieran 7 vidas los gatos,  les aseguro que nunca le hubiera disparado 6 veces ¡Pero qué suerte la del hijo de puta ese! ¡Qué suerte que me faltara una bala! 

martes, 14 de octubre de 2014

Adelanto de una Premonición

Aquí les dejo una pequeña muestra de mi premonición. Sientense, lean, y....

"La Historia lo registra desde sus mismos orígenes. Las civilizaciones más antiguas guardan memoria de su paso por el mundo y de su propia extinción en palabras, imágenes, en ruinas. Allí palpita aún lo vivo y lo muerto de cada una de aquéllas. Los trágicos griegos fueron aún más allá:  reivindicar la muerte a costa del destino humano, a sobreponerla sobre todas las cosas, aún a sabiendas de que todo castigo no es más que una negación de la libertad, bien supremo que ni los dioses mismos han podido abolir.
Valga este  despropósito existencialista para entrar en la  materia, no por extraña menos conocida, de este libro de Ludwing Varela, “Premonición del extinguido”, una especie de encantamiento verbal  por lo luctuoso y lo sórdido que nos deparan la vida y la muerte, así estrábicamente  vistas juntas, complementariamente cómplices.
Llama la atención el desparpajo inocente e irredento por igual, con que este joven poeta “juega” a su “estar” en este mundo, vivo y muerto lo mismo da. Lo importante es su declaratoria vivencial, casi profética, ese afán hedonista por lucir sus mejores galas “del primer caído”.


“Necesito morir de a ratos”, confiesa el poeta. Si uno no conociera a Ludwing -un joven poeta con una larga vida y obra por delante- podría caer en la trampa y creer que nos habla un personaje de la estirpe de Job, curtido de culpas y arrepentimientos. “Nunca ha sido fácil morirse uno”, murmura por ahí, entre versos más bien flamantemente vívidos y frescos. Pero más de alguno caerá en la trampa, y quien caiga encontrará allá en el fondo, entre el trasfondo de la vida, al propio Ludwing… muerto de risa".

                                                                                                                                Rigoberto Paredes




"Premonición del Extinguido, es el vuelo al ritmo de un parpadeo, sujeto a la velocidad de un segundo, donde las señales están dibujadas sobre un cuerpo de paredes transparentes, añorando llenar los vacíos de los lugares concebidos, palabras que se recogen con olor a despedida de quien se sabe el que desaparece, porque este lugar degolla nuestras imágenes para no saber donde terminan los días. Una despedida que vendrá en una mañana, despertada por una canción ¿Quién sabe si es triste o alegre? nos invadirá una sensación a nuestro cuerpo, importa el ritmo, la transición a desengañarnos, porque las palabras abundan y es necesario encontrar donde colgar las últimas, antes de que el tiempo nos deje caer con su peso."

                  
                                                                                                                                   Pedro Chavajay G


"...poesía buena, conciente, de alto contenido estético, una poesía que se escucha lírica en su forma pero que en el fondo esconde una navaja posmoderna con ciertos óxidos para los gustos refinados del canon".

                                                                                                                                  Fabricio Estrada







.

                                                                                                                   





Moriremos de dolor una mañana alegre


Moriremos de dolor una mañana alegre
La sangre será libre de la cárcel de esta carne
Y nacerá un río rojo
Un río donde los peces se multiplicarán en el comunismo de mis venas.
Moriremos plácidamente
En la hora que el beso que se estampa en la palabra
Deje de ser indició de una amarga despedida
De un adiós definitivo con tintes de esperanza.
Moriremos de dolor
Y los pájaros cantarán
Pensando en los gusanos que se alimentaran de nosotros.
Moriremos una o mil veces
De eso no hay duda
En una fría mañana alegre
Como la que aun no he tenido
Y que se dibuja en el precipicio de mi mano.




Espejos opacos

 Todos los espejos están opacos
Y mi imagen engañosa
Nunca había sido tan acertada.
Todos mis espejos están opacos
Y puedo ver en ellos
Mi futuro de rama rota
Mi amanecer de soles negros.
Hay días como este
Que deberían hacerse añicos
Dejarlos uno morir
Sin darles el auxilio necesario.
Todos mis espejos están opacos
Y mi imagen engañosa
Nunca había sido tan acertada.



Peregrinación

Vení,
Lamentémonos pues caen las horas
Y los ojos del mundo
Son ciegos a nuestros pasos.
-¿Y dónde van los que se han perdido a plena luz del día?
Dame la mano
Seguí mis pasos que se agitan entre los abismos
Seguí la voz de temblor que me arropa
Y no cerrés los ojos
Que caerás en la amargura del paso que viene
Y no podrás guiarte por el canto del pájaro
Que se aleja para siempre.
Hay una luz que parece abrirnos el camino a la locura
Procura no separarte de ella
Que es la única agua que nace en el pozo de nuestras manos
-Entonces, ¿dónde vamos con estos pasos que se quiebran de cansancio?
Vamos al fin último del camino
Vamos a nosotros mismos.




Nunca ha sido fácil

Nunca ha sido fácil morirse uno
Así como romper un vaso de cristal
Así como quebrarle la rama a un pájaro.
-Es sencillo; solo cierra los ojos y ábrelos nunca.
Es sencillo, sí
Como absorber el fracaso en nuestras manos-
Nunca ha sido fácil
Es mentira
Uno lleva el deseo en el pecho
Y el corazón palpita de burlas hacia uno mismo.
A veces es mejor tirar las cosas
Y dejar que el tiempo las selle y las abone
Y que de ellas nazca un hermoso nido de gusanos.
-Es tan fácil como parpadear.
Cierra los ojos, ábrelos nunca-
Nunca ha sido fácil morirse uno
Cuando en realidad estamos muertos.



HOY ME ES DIFÍCIL SER BUENO

 Hoy me es difícil ser bueno
Levantarme repentinamente
Y saludar con la mano llena de pasados sangrientos.
Buenos días rosa matutina
¿Por cuál pétalo deseas que comience a torturarte?
Tengo sed de abismos
Una insolencia por arrancarme las palabras tersas
Y una bandeja llena de futuros fracasos.
Hoy es difícil arrancarme el pasado
Fingir que las palabras no dictaron mi camino sin polvo
Y fingir, sí, como lo hacen los que sonríen sin perder la máscara.
Déjenme tranquilo
que soy un volcán de nido de pájaros
Y estoy vomitando mis alturas.
Déjenme tranquilo, sí,
para que no tenga que saludarlos con mi mano ensangrentada

Con mi sonrisa que trata con los muertos.




NO BUSCO


No busco mi nombre para encontrarme
solo el sitio de las trampas
por donde va trazado mi camino.
Veo en las calles mis pasos abandonados
escucho al polvo la insinuación de  mi futuro más cercano.
Puedo ver con estos ojos de ciego
los soles negros que calientan la sangre
que derramaré para pintar mis ocasos.
Me es difícil este andar
estas calles no son más que laberintos
donde perecemos
donde el hilo está cortado
desde el nacimiento de nuestros gritos.
Y uno queriendo escapar
pero la gravedad está dispuesta
a cortar nuestros sueños de pájaro
a cortar el vuelo que se emprende en los cielos de la memoria.
Y no queda más que proseguir 
y cargar sobre nuestra espalda
al tiempo como a un muerto
que al final nos enterrará
con nuestras propias manos.



Regalo de consuelo

 Me han ofrecido la muerte
Como se ofrece un colorido ramo de flores
Me la ofrecieron fresca
Y llena de vida como rosa matutina.
-Señor ¿tiene usted eternos floreros negros?
Porque hoy me han ofrecido la muerte
Como se ofrece un  ramo de flores
Y no tengo un florero para guardarla.
Me han ofrecido la muerte como un ramo de flores
Y solo tengo la tierra de mi cuerpo para abonarla.





Del libro Premonición del Extinguido. Editorial del Gabo. 2014.

jueves, 1 de mayo de 2014

EL PESO DE LAS PALABRAS


He descansado. Descansar es lo que él hombre hace la mitad de su vida. Hay que dormir ocho horas al día para que tengamos un buen funcionamiento. Los niños doce o catorce horas. Ya después de la adolescencia se rebajan las horas del sueño para aplicarlas a las horas del trabajo. T-r-a-b-a-j-o. Palabra difícil. Pronunciarla cansa. T-r-a-b-a-j-o. Necesito descansar, hay quienes creen que hablar no cuesta. Que decir “árbol” no lleva trabajo. Están equivocados, esa palabra debe regarse, si no nunca llegaría a ser escuchada. “Libro” palabra difícil. Lleva una L de letras, una I de ideas, una B de bardo, una R de ritmo, una O de ortografía. ¡Vaya cosas!, si combinamos entonces lo que conlleva esa palabra llegamos a “Poema” y ahí la cosa se vuelve más compleja. Dije compleja, otra palabra pesada. Debo descansar, hablar cansa. Las palabras son las piedras que hunden a nuestro yo en el mar de los pensamientos. La palabra labra, eso dijo el eco; me suena a David Aguilar, lo refiere en una de sus canciones. Pero él lo dice de diferente manera, nunca me ha gustado eso del plagio. Él dice así: “Nunca tu palabra labra, a mi sentimiento, miento” Y yo digo: “La palabra labra, eso dice el eco” No hay que ser tan inteligente para saber la diferencia; él dice que la palabra no labra y yo digo que sí. Pero leo bien y al final él dice: “miento” Eso significa que para él la palabra sí labra, igual que para mí. Ya decía yo, no hay nada nuevo. Ya decía.
Escucho pasos, se escuchan con mucha fuerza. Parece que es mi padre quien se acerca, sólo sus pasos sonarían tanto. Es él, viene cerca, este momento no debería existir. A lo mejor me corre de nuevo. A lo mejor viene a abrir la puerta y a decirme que me vaya. Me gustaría quedarme bajo esta sábana, no salir nunca, morir de sed y de hambre en este mueble. Pero morir cómodo.
–Levantáte. Es tarde. Estas no son horas de…
Siempre lo mismo. Día y noche. Tirando palabras como arena a la playa. Insignificantes. ¿Qué fuerza torcerá sus ilógicos decires? ¿Qué dios se apiadará para que sus insípidas palabras no lleguen a mi oído que odia sus palabras? Si fuera agua, caería sobre su techo como una tormenta implacable. Lo ahogaría. Es buen nadador, pero llovería tanto sobre él, que el diluvio antiguo quedaría en el olvido.
–¿No me escuchás? Te estoy diciendo que te levantés.
Me quito la sabana poco a poco. Lo veo y su figura es la misma. Siempre imponente. Siempre con la insolencia y la arrogancia en cada gesto.
–Me acosté tarde. Es por eso que todavía dormía.
–Pues si pensás seguir aquí, olvídate de levantarte a estas horas. Andá a bañarte. Hacé algo por vos. Buscá trabajo, comprá tus cosas. Por lo menos ahora no tenés la excusa que leer es más importante.
Lo detesté con la fuerza de Gargantúa, con la determinación de Ulises, con el odio de Nietzsche, con la frialdad de Cioran. Pero no podía dejar que lo delataran mis ojos. Tenía que poner en práctica el arte de la hipocresía. El arte más detestable de la humanidad. El arte de los débiles y traicioneros. Antes les decía a mis amigos –La hipocresía es el último de los vicios humanos que éste debe dominar. La hipocresía se alimenta de la mentira, la mentira oscurece el alma, y los que mienten como medio para cualquier fin, con el tiempo regresan más y más a su naturaleza animal. Si la humanidad entera se contagiara con ese vicio, vivir sería el castigo más grande y la muerte sería la única salvación de la especie. Pero la hipocresía se anidaba en mi cabeza de a poquitos, sin darme cuenta, como los años que al final no sabemos cómo se acumularon en nuestro viejo y cansado cuerpo.
–Hoy mismo buscaré un trabajo.
–Eso es lo que quiero escuchar. Esas son las palabras que siempre deberían salir de vos.
Dije T-r-a-b-a-j-o. Me siento más y más cansado. Si vuelvo a repetir esa palabra caeré desmayado y sin fuerza alguna.
-Sí padre. No se preocupe.
Me miró con agrado. Tal vez pensó que este era el comienzo para que me encaminara a una vida normal. Porque para él eso de andar leyendo de un lado a otro, cargando libros de aquí para allá y de allá para acá, es un cuadro que debería permanecer en los manicomios. Las personas normales tienen que trabajar de vendedores, de doctores, de abogados, de ingenieros, de cualquier otra cosa que los aleje de los sucios y polvorientos libros. “La mucha lectura mata” Decía en voz alta. Pero sabía que ya estaba muerto. Que las letras no podían hundirme más en mi oscuro mar de lodo.


Ese día le hablé a un amigo. Tenía un taxi. Y eso de ir de un lado a otro de la ciudad, platicando con personas distintas, era algo que verdaderamente me llamaba la atención. Me dio el trabajo. Pase a ser parte del rubro de los taxistas, del equipo de trabajo más insultado por la sociedad, bueno, apartando a los policías, porque una cosa es ser el rubro más insultado y otras el más insultado y odiado. Cosas distintas, muy distintas. Pero no podía echarme para atrás a pesar de cualquier situación en contra. La pesada palabra tenía que llegar a mí, así como la muerte le llega a todos los vivos. Ahora tenía un trabajo. Ahora dejaba de ser un parásito de la sociedad. ¡Qué paradoja!, porque esta sociedad es el parásito más grande, y las letras o cualquier arte, es la forma más eficiente de no dejar que nos absorba. Pero lo que yo pensaba no tenía peso en este círculo. En fin. Ahora sí era parte del parásito que chupaba la vida del país. Por fin había encontrado trabajo. ¡Oh!, esa palabra, repetí esa palabra de nuevo. Ya no tengo fuerzas para seguir.





                                                                                 De Autobiografía de un Hombre sin Importancia

martes, 22 de abril de 2014

LA PREMIACIÓN





 Death is crown of the life

                                                                                                                           Young


    ¡Hoy es tu día muchacho! ¡Hoy es tu día! -Le repetía don Juan a su querido Ariel. Ariel sentía como la sangre le corría velozmente, como si quisiera inundarlo.  Se alegraba profundamente al sentir las palmadas de ánimo que le daba don Juan y más le animaba que este le mirara con la esperanza incrustada entre sus ojos.

    Al llegar la tarde, Ariel fue llevado por don Juan al lugar donde se marcaría su destino. Miraba asombrado el alboroto que había a su alrededor, tantas personas reunidas para mirarlo, en lo que según decía don Juan, sería “su gran día”.

    El lugar estaba lleno y las personas bailaban, tomaban, comían, se insultaban y hasta se abrazaban amenamente, parecía una feria en su día póstumo.

    Al terminar la tarde llegó el momento del joven Ariel, de eso no había duda. Le dieron dos navajas para la pelea, fue cuando comprendió que las cosas eran serias, así como suelen decir algunos “de vida o muerte”. Pero no sentía miedo, la confianza que le había irradiado don Juan era su pan de cada día.

    Todo fue rápido, una cortada por parte de Ariel, otra por parte del contrincante, luego las heridas superficiales, después el agotamiento y de pronto la estocada final… Ariel quedó tendido en el suelo, con sus ojos mirando el infinito de ese lugar.


    Don Juan permaneció con su rostro estático, levantó al gallo, para luego ir a enterrarlo junto con sus esperanzas.