Young
¡Hoy es tu día muchacho! ¡Hoy es tu día! -Le
repetía don Juan a su querido Ariel. Ariel sentía como la sangre le corría
velozmente, como si quisiera inundarlo.
Se alegraba profundamente al sentir las palmadas de ánimo que le daba
don Juan y más le animaba que este le mirara con la esperanza incrustada entre
sus ojos.
Al llegar la tarde, Ariel fue llevado por
don Juan al lugar donde se marcaría su destino. Miraba asombrado el alboroto
que había a su alrededor, tantas personas reunidas para mirarlo, en lo que
según decía don Juan, sería “su gran día”.
El lugar estaba lleno y las personas
bailaban, tomaban, comían, se insultaban y hasta se abrazaban amenamente,
parecía una feria en su día póstumo.
Al terminar la tarde llegó el momento del
joven Ariel, de eso no había duda. Le dieron dos navajas para la pelea, fue
cuando comprendió que las cosas eran serias, así como suelen decir algunos “de
vida o muerte”. Pero no sentía miedo, la confianza que le había irradiado don
Juan era su pan de cada día.
Todo fue rápido, una cortada por parte de
Ariel, otra por parte del contrincante, luego las heridas superficiales,
después el agotamiento y de pronto la estocada final… Ariel quedó tendido en el
suelo, con sus ojos mirando el infinito de ese lugar.
Don Juan permaneció con su rostro estático,
levantó al gallo, para luego ir a enterrarlo junto con sus esperanzas.
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