miércoles, 26 de noviembre de 2014

7 VIDAS (A Picasso)



 Estaba cansado de tener que enterrar a los gatos de mi chica. Uno a uno morían ya sea envenenados o golpeados. Luego que muriera Dartañan, hace casi dos años, le siguieron una lista de nombres que aruñan el recuerdo de mi querida. Y me tocaba cargar con ellos,  cargar con una pala y buscar un terreno libre y suave en donde pudiera enterrar a los felinos que ronroneaban en el hogar. Estaba cansado, porque cuando llegué a esta casa eran 16 gatos, y eso equivale a  verla llorar 16 veces, y a mí me pesaba más su llanto que la perra muerte mordiendo la vida de todos esos gatos. Así que hace un mes conseguí una hermosa 38 cañón corto, en realidad esperaba descubrir al cabronazo que envenenaba a nuestros gatos, y cobrarle todo el llanto de mi chica y el sudor que me costó cargar con los animales, las herramientas y hacer los profundos hoyos dónde enterré sus rígidos cuerpos. El último de ellos se llamaba Picasso, un pequeño gato negro que últimamente buscaba su comida fuera del hogar. A lo mejor se cansó de la comodidad de estos muebles y de que siempre le sirvieran las cosas en la boca. A lo mejor se enamoró de alguna de esas gatas astutas que rondan los techos de los vecinos y por eso jugaba cada vez menos con mi pequeño hijo, quien nombraba a Picasso con un “mamá” que nos hacía reír, ya que a su madre no la nombraba con el mismo sustantivo. Ayer me dio por  quedarme escondido, mientras  fumaba un cigarrillo sobre un árbol cerca de la casa, ya eran pasadas las 12 de la noche y no había nadie en las calles. A lo lejos vi venir a un chico con aspecto de patinador, al acercarse lo escuché como blasfemando contra no sé quién. El pequeño Picasso  salió en ese momento y comenzó a maullar como llamando la atención de la gata por la cual se ausentaba más y más de casa, pero de pronto el  maullido fue apagado por un golpe seco que le propinó el chico blasfemo. Me tiré del árbol sin decir nada, el chico se impresionó al ver que no estaba solo y que yo era testigo de lo que había sucedido. Me acerqué a Picasso, lo levanté y comenzó a convulsionar, a estirarse violentamente en pausas de unos 10 segundos y a abrir toda su boca como tratando de aspirar todo el aire que encarcelaba la atmosfera. El chico estaba tras de mí como si nada. Lo miré como a alguien querido que  partió hace ya mucho tiempo y que ahora regresaba para calmar mis ansias de esperar tanto y tanto. Saqué mi revolver y le apunte a las piernas.
-Hace mucho que te estaba esperando –Le dije.
-¿A mí? ¿Hablas en serio? Ni siquiera me conoces.
-Te conozco desde que venías unos 100 pasos atrás y eso es suficiente para encariñarme de alguien o suficiente para odiarlo. La cagada es que para tu mala suerte te tocó mi segunda opción. No intentes moverte cabrón, si lo haces te disparo. El chico no se tomó mis palabras nada enserio. Seguramente venía de fumarse un porro y pensó que si jalaba el gatillo, de mi pistola saldría una banderita en la que estaría escrito “Peace & love” y entonces sonriendo pasó a mi lado como quien no mira a nadie. Eso era lo que en realidad estaba esperando, que el muy hijo de puta me retara de cualquier forma, así que apunté al pie con el que había pateado a mi gato y le dejé ir el primer balazo. Estoy seguro que se escuchó más el grito que el disparo, pero me acerqué a él rápidamente y le puse mi mano desocupada sobre su boca amenazándole que si gritaba una vez más acompañaría en ese mismo instante al desafortunado de Picasso. Hizo caso como si lo hubieran educado para ser el chico más obediente del planeta. Le dije que recogiera el cuerpo del gato, lo hizo arrastrando su pie ensangrentado, y lo hice que me siguiera hasta el parqueo de mi casa.


 Por eso del amor a los gatos yo había comprado un traje de  un gato, le dije al chico que se lo pusiera. Se tardó más de lo normal porque al quitarse su zapato deportivo, miró el agujero en su pie derecho y la sangre que salía como liberándose de esa mala carne que la contenía. Lo hice entrar en la casa, levanté a mi hijo para que mirara a su nueva mascota. –Tenes que maullar hijo de puta, si no lo haces bien te voy a sacar de aquí y te voy a descargar esta mierda. No intentes ninguna pendejada o te jodo hijo de puta. El tipo comenzó a maullar entre sollozos, mi hijo lo miraba absorto, fijamente, como cuando se ve algo por vez primera. El tipo maullaba y maullaba pero ninguna sonrisa, ningún “mamá” adornaba la boca de mi pequeño. Hasta que de pronto el dolor hizo que el tipo se moviera un poco bruscamente, así que el pequeño comenzó a llorar, y en realidad no sé si lo hacía por la ridícula forma en que trataba de engañarlo o porque en realidad sentía la ausencia de su primera mascota. Eso me encabronó y entonces saqué al chico de la casa, le dije que tomará las herramientas, que tomara el cuerpo del gato y que me siguiera hasta el cementerio de mascotas que él mismo, sin imaginarse, me había ayudado a construir. El lugar no quedaba largo de casa, en realidad uno se podía tardar en llegar unos 5 minutos, pero esta vez tardé 20 minutos porque el chico arrastraba el pie herido y se quejaba del peso de las herramientas. Llegamos al lugar, él temblaba dentro de ese traje, parecía que los mismos pelos del traje estaban erizados, el miedo y la sangre se podían oler en el ambiente. –Dejáme ir por favor – Me dijo con la voz quebrada de miedo. Le hice señas para que comenzara a cavar el hoyo para enterrar a Picasso. El tipo se esforzaba desmedidamente, quiso quitarse el traje para poder agarrar mejor la barra y la pala pero no se lo permití. Me imagino que el trabajo, el miedo y el calor por esta metido dentro del traje, lo hacían sudar por las 15 veces que el hijo de puta me había hecho sudar a mí al enterrar a esos indefensos animales. Pasaba el tiempo y miraba que la fuerza se le escapaba al tipo por el pequeño agujero que tenía en su pie. Se tiró al suelo y lloró como un gato en celo. Lloraba, porque cuando me decía si era suficiente el hoyo para el gatito, yo le repetía que no y le apuntaba con una mirada intimidante. Luego de un par de horas, el hoyo era tan grande que en él cabía un gato de gran tamaño. Miré a la figura frente a mí, peluda y maloliente ya que se había cagado del miedo. Sin duda ya no era un hombre, y si un día lo fue, esa noche había dejado de serlo. Lo miré fijamente mientras el tipo se quejaba como maullando y le dije -Hoy es tu día de suerte hijo de puta ¡Sos un suertudo de mierda!- Y le descargué los otros 5 tiros, cayó al hoyo que había cavado y me fui con las satisfacción que el tipo no volvería a hacer lo mismo. Si no tuvieran 7 vidas los gatos,  les aseguro que nunca le hubiera disparado 6 veces ¡Pero qué suerte la del hijo de puta ese! ¡Qué suerte que me faltara una bala!