martes, 1 de abril de 2014

DÍA DE TRABAJO

Comienzo la faena diaria. Busco entre los rostros que me hacen la señal de parada uno que me haga sentir en con-fianza. Calles atrás, dos tipos me hicieron la señal de parada, pero sus ojos tenían una especie de filo, algo punzante que me dejó herido. Antes de estos, un joven vestido muy decentemente, pantalón negro de tela, camisa manga larga, azul celeste, una corbata del mismo color del pantalón, zapatos negros, por su brillo se notaba que eran de charol y un maletín que se pasaba nervioso de una mano a otra. Pude notarlo bien porque había algo de tráfico, y sin duda, porque también suelo fijarme mucho en las personas. Al hacerme la parada bajé la ventanilla, pero al hablar, pude notar que sus palabras guardaban una repentina furia, escondida bajo la suavizante máscara de la palabra. Le dije que había olvidado algo y que debía ir de inmediato a traerlo. Él sabía que yo mentía, yo sabía que él mentía. Tal vez por eso no sacó el arma de su maletín y me disparó en la frente. Tal vez porque sabía que había descubierto su identidad y porque había tráfico y las personas que estaban alrededor podían verlo si actuaba de manera brusca. Por eso llevo tres horas dando vueltas y más vueltas, recorriendo la ciudad hasta encontrar un rostro en el cual pueda confiar. Pero es difícil confiar. Las estadísticas dicen que cada día un taxista muere asesinado. Que por lo menos diez son asaltados y de dos a cuatro son secuestrados para que en ellos los delincuentes hagan sus atracos. Ahora no se puede confiar en nadie, ni en hombres vestidos de “smoking”, ni en mujeres vestidas de monjas, las apariencias son la carnada para que como peces mordamos el anzuelo que nos desangrará la boca. ¿Y la policía? Son cómplices de esta tragedia del diario vivir. Ellos mismos venden sus armas, sus chalecos, sus municiones al crimen organizado. Ellos mismos son la banda más grande del crimen organizado. Sigo dando vueltas, la cabeza también trabaja en lo mismo. Canto “La chilanga banda”, porque va de la mano con mi nuevo trabajo y porque la aprendí de niño. A veces la gente se divierte cuando escucha como canto ese trabalenguas con buen ritmo, pero todo se lo debo a la paciencia y dedicación. Las grandes obras de la humanidad son construidas con paciencia y dedicación. Cuando era niño, todavía lo recuerdo, cogí un papel y un lápiz, grabé la canción de la radio y pegaba mi oído al parlante, luego comenzaba a reproducirla y a los segundos le ponía “Stop”, luego la re-trocedía y el proceso comenzaba de nuevo hasta que copiaba con la voluntad de un fonético aquellas palabras que no me decían nada. Ahora soy grande y la canto de nuevo, pero ya sé qué significan sus raros acentos, ya sé qué me sugiere su ritmo alucinante y como lo dice lo digo, con fe lo digo “chambeando de chafirete me sobra chupa y pachanga”. Termino la canción, la ciudad es cada vez más oscura y no es el día que se va y me hace tener esta sensación. La ciudad, me parece una mujer gigante que me deja recorrer los caminos de sus venas, que me deja observar la indecencia de sus calles desnudas, que se deja escupir como Magdalena sin arrepentimiento. La ciudad es más oscura, aunque descanse sobre una llama que alumbra el camino de su perdición. Ya son las cuatro de la tarde, y no he montado a ningún rostro, porque los rostros de los ciudadanos son opacos, como el espejo de mi conciencia que se quiebra en las noches más pesadas. ¿Dónde estará mi primer cliente? ¿en qué vientre o en qué sueño levanta la mano para hacerme parada? Sí, mi primer cliente sueña que yo lo recojo y cuando yo duerma soñaré que pido un taxi y que él es el taxista y así será todos los días hasta que llegue la noche del día, y es que él también tiene miedo de estas calles y de estos pasos que caminan sobre ellas, de este tráfico y de este “smoke” donde se esconden las serpientes que sonríen y es que él y yo somos uno mismo, el reflejo de la sociedad, el espejo que se quiebra de miedo, sí, es que él y yo somos lo mismo, la obra maestra de estas calles sucias, el manojo de nervios que hace sonar en sus manos afiladas, y es que la ciudad también ha sido dedicada y paciente y nosotros somos su obra, somos “los hijos de la perdición y del miedo”. Ya no hay combustible, ya no hay caras conocidas como nunca las ha habido. Ya no hay ganas de seguir en este juego de caníbales. Ya no hay más trabajo. Trabajar es demasiado cansado. Ya no hay nada porque seguir aquí.

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