domingo, 22 de diciembre de 2013

BLANCA NAVIDAD



Salís feliz del trabajo por los aguinaldos que doblan los ánimos y las ganas de enamorarte de alguna tipa que no sea tan fea como las chicas que frecuentan los bares del centro, para no pasar otras fiestas acariciándole el pelo a la soledad. Al llegar al primer bar que te encontrás, saludas amenamente a los desconocidos y te sentás en la barra como rey y señor de algún reino lejano, ya que solo vos entendés tu grandeza. Le invitas un trago a la chica que te atiende, porque a pesar de que ni te dio las buenas cuando entraste, te pareció que la sonrisa de maldad dibujada en su rostro era algo así como un saludo disimulado. Los tipos que ya llevan en una de las mesas un par de horas te invitan a sentarte con ellos. Feliz por el gesto les agradeces y les haces el honor llevando a la mesa una caja de cervezas que terminará tan pronto como termina tu dinero en los casinos en los días de mala racha. Las cosas van bien, ellos te escuchan atentamente, escuchan sobre tus achaques, tus manías, tus dolores prematuros de hígado, sobre tu relación pasada que fue peor que leer a Lezama Lima a los 8 años, una relación muy jodida y aburrida y luego que ni sabías que significaba todo eso del amor, cuando solo recibiste puñales. La chica de la mesa es la más atenta, parece que desde que llegaste le ha soltado la mano al tipo con el que estaba y ahora esa mano busca la tuya, y sin querer los dedos se rozan y tu otra mano automáticamente se levanta para pedirle al mesero algo especial para la ocasión, te dicen que para celebrar lo mejor es un Dom Pérignon, la tipa te toma más fuerte de la mano y te pide que compres algo de nieve, con sus labios rozando húmedamente tus orejas. No te negás y le decís que la navidad sin nieve no es navidad. Entonces compras lo suficiente para que todos se abriguen anticipadamente por la temporada que se avecina a su mesa. Al rato, ya no es una botella de Champagne la que está tirada como una fina mujer  alcohólica, sino que son tres, como si las imperiales les recordaran los malos tiempos en donde no se podía vivir con lo poco que pagaban en la oficina. Luego, al pasar las horas, así de rápido como pasaron las mujeres en tu vida, ves a tu lado y lo que ves es a un tipo extraño y con el sostén de lado mostrando por pecho una pelota de calcetines y su maquillaje corrido de tanto llanto por la alegría de la ocasión, le hace descubrir su fisonomía de macho afeminado, que ya no tiene su mano sobre tu mano sino en tus bolsillos, de dónde saca dinero en confianza para un paquete de cigarrillos, de los cuales no probarás ni un solo sorbo. Caes rendido bajo la mesa, el viento, la nieve, la fina humedad cayó sobre vos como una tempestad. Al levantar la vista, ves un rotulo que dice “Marry Christmas” caído de un lado y sostenido por un clavo oxidado, que de viejo, más parece un clavo de la cruz del Cristo.  Feliz navidad te decís y cerras los ojos, con la esperanza de no abrirlos, de no volver a abrirlos,  hasta que sea la próxima navidad, para poder comprarte la nieve que te negó el destino, por haber nacido en un país donde lo blanco es apenas el vago reflejo de una nube en el cielo.

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