Carlitos miraba con un fervor
casi religioso la televisión. Perdido frente a ese mundo absurdo e irreal, fue
cuando su vida cambió para siempre. Miraba un programa, de esos que nos hacen
ver que la vida debe ser algo frío y egoísta y escuchó a la voz del
comentarista decir; “Nacemos, crecemos, morimos. Así fue, es y será. Y pelear
en contra de eso, es oponerse a la dictadura de la naturaleza. Por eso los
leones matan a sus presas para sobrevivir, en fin, muchos mueren, para que
otros vivan. Los débiles mueren para que los fuertes vivan”.
Carlitos nunca olvidó esas frías palabras,
quedaron tatuadas en su pequeña alma. Salió de su casa y al
jugar en el
patio observó a
muchas hormigas que entraban y salían de su cocina con
algunas migajas de pan, y él lo miró como desde ese día miraría las cosas.
Sintió que lo estaban asaltando, que le robaban el sustento diario y repitió
como hipnotizado lo que había escuchado “Muchos mueren, para que otros vivan.”
Entonces agarró un bote con gas, tiró el
líquido sobre las hormigas y les prendió fuego. Se sintió tan bien, tan
ayudante de la naturaleza, que pensó que era de los que nacieron para mantener
el equilibrio global.
Iba creciendo y tras de sí dejaba una gran
sombra de muerte. Comenzó a matar todo tipo de animales; que mataba pájaros por
agujerear los árboles, que perros por comer gatos, que gatos por comer ratones
y así iba exterminando todo tipo de criatura que nada más seguía sus instintos.
Para Carlitos asesinar se había vuelto algo
muy normal, y no estaba tranquilo si no le ayudaba a la madre naturaleza a
mantener el equilibrio. Ya se creía imprescindible para el mundo. Había matado
más insectos que la cantidad de personas que habían muerto en los campos de
concentración. En sus cuentas se contaban; 69 perros, 42 gatos, 87 ratones, 56
pájaros. Y al mirar su lista, pensaba que si no hubiera trabajado, el mundo
sería un caos.
Hace no muchos días, al salir de la escuela
un carro lo arroyó y Carlitos murió al instante. Me dolió mucho ver como
enterraban a mi pequeño hermano, pero a la vez me tranquiliza que haya muerto
de tan solo 10 años, porque estoy seguro que de un momento a otro, en un día no
muy lejano, se daría cuenta que yo también afectaba el equilibrio y entonces me
habría asesinado.
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