Estaba
cansado de tener que enterrar a los gatos de mi chica. Uno a uno morían ya sea
envenenados o golpeados. Luego que muriera Dartañan, hace casi dos años, le
siguieron una lista de nombres que aruñan el recuerdo de mi querida. Y me
tocaba cargar con ellos, cargar con una
pala y buscar un terreno libre y suave en donde pudiera enterrar a los felinos
que ronroneaban en el hogar. Estaba cansado, porque cuando llegué a esta casa
eran 16 gatos, y eso equivale a verla
llorar 16 veces, y a mí me pesaba más su llanto que la perra muerte mordiendo
la vida de todos esos gatos. Así que hace un mes conseguí una hermosa 38 cañón
corto, en realidad esperaba descubrir al cabronazo que envenenaba a nuestros
gatos, y cobrarle todo el llanto de mi chica y el sudor que me costó cargar con
los animales, las herramientas y hacer los profundos hoyos dónde enterré sus
rígidos cuerpos. El último de ellos se llamaba Picasso, un pequeño gato negro
que últimamente buscaba su comida fuera del hogar. A lo mejor se cansó de la
comodidad de estos muebles y de que siempre le sirvieran las cosas en la boca.
A lo mejor se enamoró de alguna de esas gatas astutas que rondan los techos de
los vecinos y por eso jugaba cada vez menos con mi pequeño hijo, quien nombraba
a Picasso con un “mamá” que nos hacía reír, ya que a su madre no la nombraba
con el mismo sustantivo. Ayer me dio por
quedarme escondido, mientras
fumaba un cigarrillo sobre un árbol cerca de la casa, ya eran pasadas
las 12 de la noche y no había nadie en las calles. A lo lejos vi venir a un
chico con aspecto de patinador, al acercarse lo escuché como blasfemando contra
no sé quién. El pequeño Picasso salió en
ese momento y comenzó a maullar como llamando la atención de la gata por la
cual se ausentaba más y más de casa, pero de pronto el maullido fue apagado por un golpe seco que le
propinó el chico blasfemo. Me tiré del árbol sin decir nada, el chico se
impresionó al ver que no estaba solo y que yo era testigo de lo que había
sucedido. Me acerqué a Picasso, lo levanté y comenzó a convulsionar, a
estirarse violentamente en pausas de unos 10 segundos y a abrir toda su boca
como tratando de aspirar todo el aire que encarcelaba la atmosfera. El chico
estaba tras de mí como si nada. Lo miré como a alguien querido que partió hace ya mucho tiempo y que ahora
regresaba para calmar mis ansias de esperar tanto y tanto. Saqué mi revolver y
le apunte a las piernas.
-Hace
mucho que te estaba esperando –Le dije.
-¿A
mí? ¿Hablas en serio? Ni siquiera me conoces.
-Te
conozco desde que venías unos 100 pasos atrás y eso es suficiente para
encariñarme de alguien o suficiente para odiarlo. La cagada es que para tu mala
suerte te tocó mi segunda opción. No intentes moverte cabrón, si lo haces te
disparo. El chico no se tomó mis palabras nada enserio. Seguramente venía de
fumarse un porro y pensó que si jalaba el gatillo, de mi pistola saldría una
banderita en la que estaría escrito “Peace & love” y entonces sonriendo
pasó a mi lado como quien no mira a nadie. Eso era lo que en realidad estaba
esperando, que el muy hijo de puta me retara de cualquier forma, así que apunté
al pie con el que había pateado a mi gato y le dejé ir el primer balazo. Estoy
seguro que se escuchó más el grito que el disparo, pero me acerqué a él
rápidamente y le puse mi mano desocupada sobre su boca amenazándole que si
gritaba una vez más acompañaría en ese mismo instante al desafortunado de
Picasso. Hizo caso como si lo hubieran educado para ser el chico más obediente
del planeta. Le dije que recogiera el cuerpo del gato, lo hizo arrastrando su
pie ensangrentado, y lo hice que me siguiera hasta el parqueo de mi casa.
Por eso del amor a los gatos yo había comprado
un traje de un gato, le dije al chico
que se lo pusiera. Se tardó más de lo normal porque al quitarse su zapato
deportivo, miró el agujero en su pie derecho y la sangre que salía como
liberándose de esa mala carne que la contenía. Lo hice entrar en la casa,
levanté a mi hijo para que mirara a su nueva mascota. –Tenes que maullar hijo
de puta, si no lo haces bien te voy a sacar de aquí y te voy a descargar esta
mierda. No intentes ninguna pendejada o te jodo hijo de puta. El tipo comenzó a
maullar entre sollozos, mi hijo lo miraba absorto, fijamente, como cuando se ve
algo por vez primera. El tipo maullaba y maullaba pero ninguna sonrisa, ningún
“mamá” adornaba la boca de mi pequeño. Hasta que de pronto el dolor hizo que el
tipo se moviera un poco bruscamente, así que el pequeño comenzó a llorar, y en
realidad no sé si lo hacía por la ridícula forma en que trataba de engañarlo o
porque en realidad sentía la ausencia de su primera mascota. Eso me encabronó y
entonces saqué al chico de la casa, le dije que tomará las herramientas, que
tomara el cuerpo del gato y que me siguiera hasta el cementerio de mascotas que
él mismo, sin imaginarse, me había ayudado a construir. El lugar no quedaba
largo de casa, en realidad uno se podía tardar en llegar unos 5 minutos, pero
esta vez tardé 20 minutos porque el chico arrastraba el pie herido y se quejaba
del peso de las herramientas. Llegamos al lugar, él temblaba dentro de ese
traje, parecía que los mismos pelos del traje estaban erizados, el miedo y la
sangre se podían oler en el ambiente. –Dejáme ir por favor – Me dijo con la voz
quebrada de miedo. Le hice señas para que comenzara a cavar el hoyo para
enterrar a Picasso. El tipo se esforzaba desmedidamente, quiso quitarse el
traje para poder agarrar mejor la barra y la pala pero no se lo permití. Me
imagino que el trabajo, el miedo y el calor por esta metido dentro del traje,
lo hacían sudar por las 15 veces que el hijo de puta me había hecho sudar a mí
al enterrar a esos indefensos animales. Pasaba el tiempo y miraba que la fuerza
se le escapaba al tipo por el pequeño agujero que tenía en su pie. Se tiró al
suelo y lloró como un gato en celo. Lloraba, porque cuando me decía si era
suficiente el hoyo para el gatito, yo le repetía que no y le apuntaba con una
mirada intimidante. Luego de un par de horas, el hoyo era tan grande que en él
cabía un gato de gran tamaño. Miré a la figura frente a mí, peluda y maloliente
ya que se había cagado del miedo. Sin duda ya no era un hombre, y si un día lo
fue, esa noche había dejado de serlo. Lo miré fijamente mientras el tipo se
quejaba como maullando y le dije -Hoy es tu día de suerte hijo de puta ¡Sos un
suertudo de mierda!- Y le descargué los otros 5 tiros, cayó al hoyo que había
cavado y me fui con las satisfacción que el tipo no volvería a hacer lo mismo.
Si no tuvieran 7 vidas los gatos, les
aseguro que nunca le hubiera disparado 6 veces ¡Pero qué suerte la del hijo de
puta ese! ¡Qué suerte que me faltara una bala!