domingo, 26 de agosto de 2012

CULPABLE



Ilustración a cargo de Cleonique Hilsaca

Yo no lo maté, Dios lo sabe, aunque me hubiera gustado. Pudo haber sido a las siete que lo encontraron tirado frente a la casa. Pudo haber sido a las siete o a las ocho, pero la hora no importa. Es cierto que teníamos problemas, como todo padre e hijo y también es cierto que a veces me imaginaba como se ponía de rojo cuando le apretaba el cuello y como trataba de decirme algo, mientras yo le apretaba con más fuerza para no sentir como sus palabras trituraban mis tímpanos como afiladas tenazas. Pero cuando lo encontraron yo estaba dormido, soñando que estaba a la orilla de una playa y que era de noche y que formaba estrellas en la arena húmeda.

Me echan la culpa, como siempre a mí, como si le hubieran preguntado al cadáver de mi padre – Señor ¿A quien desea que culpemos?- Y entonces su voz asfixiada dejaría escuchar mi nombre.
Me juzgan, y lo sé porque hay manchas de sangre en mis manos, porque llevo el pecho lleno de su pestilente sangre. Padre, no podría decirles que esta vez su hijo no tiene la culpa y que me dejen dormir ¡carajo! Para que tal vez vuelva a esa playa a formar estrellas en la arena y así olvidar que mi cielo esta vacío.

Les voy a contar, sí, nada más para testimonio de mi inocencia, para que no me culpen de derramar esa sangre impura, esa sangre que me da nauseas.
Yo venía borracho, tanto, que venía agarrado de las paredes para no caer como siempre, para no quedar tirado como un perro frente a la casa y buscaba llegar porque necesitaba el consuelo de mi cuarto, el consuelo de mi espacio. Y lo miré ahí, discutiendo con no sé quién, discutiendo no se qué cosa. Y después vino el silencio, si, silencio que nos canta para arrullarnos y dejarnos dormir en paz. Pero de pronto se quejó, lo recuerdo un poco, así como se recuerdan los sueños de la infancia. Me acerqué y le dije que no se quejara y que se fuera a dormir. Esa vez mi padre me abrazó fuertemente, tal vez lo hizo, porque me miró pequeño, como cuando todavía cabía en sus brazos. Luego me dijo que lo llevara a no sé donde, tampoco lo recuerdo, pero le respondí que tenía mucho sueño y lo mejor que él podía hacer era ir a dormir, como yo también lo haría. Al soltarme me di la vuelta y tropecé con un puñal rojo, por su color lo recuerdo, y lo recogí para ponerlo sobre la mesa y luego me fui a dormir.

Hoy me están juzgando por asesino y yo no fui quien lo mató, Dios lo sabe, aunque me hubiera gustado. Y ese cuerpo tendido, callado como lo desconocido, hace lo que hubiera hecho si estuviera vivo, echarme la culpa a mí, aunque yo no la tenga.







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domingo, 12 de agosto de 2012

SIN IMPORTANCIA ALGUNA







"Autobiografía de un hombre sin importancia viene a conectarse a una frecuencia que han de oír hasta los sordos". 

Fabricio Estrada


"Ludwing Varela conoce su oficio. Y esa no es ninguna novedad para quienes disfrutamos de su obra, sin embargo, en Autobiografía de un hombre sin importancia demuestra algo más: ha vivido lo suficiente como para retratar a quienes nos hundimos entre calles, a esos hombres y mujeres sin importancia alguna que dejamos algo de nosotros en cada paso.
Ludwing sabe –perfectamente– que la literatura es ese algo, esa isla, que nos rescata y transforma en personas, por ello no encasilla esta obra en cuento, novela o relato, ¡qué más da!, total, esa es labor de los críticos. Lo realmente importante es el mensaje que transmite al fragmentar su vida –y la nuestra– en 15 escenas, en 15 actos…
Autobiografía de un hombre sin importancia es, en resumen, un caleidoscopio urbano donde resurgen la ciudad y su oropel, los caminos, la implacable soledad, la desesperanza de cada día, el ansiado alcohol, los sueños raídos, ¡los recuerdos!, los viajes mentales que alivianan la pesadez de nuestros pasos… los amigos. Y Darwin Rodríguez estaría de acuerdo… de eso doy fe".


René Novoa



“AUTOBIOGRAFÍA DE UN HOMBRE SIN IMPORTANCIA” UNA NOVELA PARA LECTORES SERIOS
DURANTE EL ÚLTIMO VIAJE QUE REALICÉ DEL CERRO DE PLATA A CATACAMAS, aproveché para concluir la lectura de la novela “Autobiografía de un hombre sin importancia” del escritor Ludwing Varela. 
“Autobiografía de un hombre sin importancia” está estructurada en 15 capítulos, cada uno de ellos narrados en primera persona, con una generosa fluidez, un interesante existencialismo y una harmoniosa brevedad.
Desde el principio el autor logra que el personaje vaya exponiendo sus actitudes y sus aptitudes. Logrando así un personaje humano, impredecible, existencial, soñador, psicológicamente definido, errático, pero sin las deficiencias de un personaje plano.
La historia trata de un autor joven, cuya vida está llena de adversas circunstancias. Experiencias cotidianas que lo llevan a situaciones a veces lastimeras, trágicas, angustiosas pero igual recibe pequeños bienestares y recompensas, bien, o mal ganadas.
Al principio me pareció un poco pretenciosa, sobre todo por el hecho de mencionar un particular desprecio por la literatura hondureña. Y tal vez no por la literatura hondureña en sí, sino por ciertos autores con muchas obras publicadas, y que se presumen académicos, incluso catedráticos. Obras que no merecen ninguna mención.  
Hay una especie de rencor, creí, inicialmente hacia los escritores que han tenido un recorrido dentro de las letras hondureñas, quienes indudablemente padecen de una “escritorfagia o poetafagia”. Expuesto de otra manera “El escritor es la bestia que devora al escritor” vieja creencia y  una manifiesta tendencia a devorar el escritor joven, menospreciarlo, discriminarlo o marginarlo. Tendencia que algunos, dicen, es muy practicada por algunos escritores de mayor edad en el pasado reciente de Honduras. No así, en muchos de los que hoy están escribiendo y que permiten que otros lo hagan a sus anchas y experimenten libremente.
Lo otro que se percibe, es el desprecio por esos mismos autores que no lograron crear una propuesta consistente. Una propuesta con mayor calidad literaria y que no salieron de sus “concepciones aldeanas” tanto en el manejo de las historias, el manejo del lenguaje, la fluidez y universalidad, así como la estética del escrito.
“Autobiografía de un hombre sin importancia” es una crítica y una autocrítica, es la búsqueda de sí, la búsqueda de la voz propia, es la experimentación del escritor que no se acomoda, ni se conforma. Es el escritor aplicando los métodos científicos necesarios para crear o descubrir la quinta esencia.
 Es también, la persecución implacable del individuo por crear una obra con calidad. Donde sus mismas circunstancias lo van llevando a un universo regido por un dios del humor negro. Un destino incurable de imposibilidades, pero igual, y a pesar de la angustia y de las imprecisiones lo hacen descubrir aquellas diminutas recompensas que proporcionan, el esfuerzo, la disciplina, la misma búsqueda y las decisiones, mal, y bien tomadas.
Lud, personaje central de la novela, es un escritor, quien anda por los veintidós o veinticinco años. Estudia una carrera relacionada con su oficio. Voraz lector, bohemio. Calificado por su padre como un “vago sin futuro” y quizá con una leve tendencia a la autodestrucción. Es un amante del alcohol y de los libros, en cualquier orden. En algunas ocasiones, este personaje, ha hecho publicaciones en periódicos que le valen algún reconocimiento, esto quizá promueve su ego. Vive en casa de sus padres, de quienes, por un lado su madre, -naturaleza de las madres - es condescendiente, amorosa y permisible. Acepta, sin enojos,  que él haga lo que más le gusta: Leer. Contrario a su padre, quien se hace notar como un hombre pragmático, insensible, violento y en extremo, inculto, casi salvaje, irracional, aún más, cuando es invadido por la cólera. Muestra de ello es el holocausto que realiza con la biblioteca de Lud. Los enojos por el desacuerdo que tiene con la profesión elegida de éste; la falta de trabajo o su agresión en contra de una de las hermanas y toda la familia de Lud, al enterarse del embarazo de ésta. Estos dos personajes, la madre y el padre, son sin duda elementos fundamentales que apoyan la autenticidad de este personaje llamado Lud. Incluso, se les puede estimar, como la “defensora” y el “inquisidor” del héroe.
Hay una reacción de la madre, en el capítulo, “Después de la calma siempre viene la tormenta” quien monta en cólera. Agrede a Lud de una forma brutal, pero todo es por la ausencia y la angustia que le ha provocado su desaparecimiento. En este capítulo como en todos los demás hay párrafos y oraciones profundas, poéticas, bien pensadas, construidas para ser leídas y transmitidas. Citaré un par de ejemplos, serán quizá los únicos que tomaré en todo este escrito: “Dos semanas no pasan como si fueran simples números. Menos de eso estuve en otros países e hice lo que muchos hombres de estas tierras no han hecho en su vida. Dos semanas no pasan como si fueran el polvo inservible del tiempo.”  “(…) Se lanzó sobre mí como si fuera el peor hijo que jamás una mujer hubiera parido,(…) como si yo hubiera sido Caín y hubiera matado a Abel frente a sus ojos. Pero los golpes eran soportadas por mi piel, por piel que se encontraba anestesiada de tanto alcohol.“Entré en mi cuarto y me tiré de espaldas hacia la cama con todo el peso de mis pecados.” “(…) Las madres, no importa que tan molestas estén, siempre piensan en nuestro futuro.”     
Algunos elementos me resultan poco atractivos y en momentos, incómodos. Elementos como la mención innecesaria de Obras y autores de la literatura universal. Pareciera más bien, una receta o una lista de textos para mostrar su basta lectura, la basta lectura, no del personaje, sino del autor. Puede que esta sea una percepción particularmente mía.     
Hay un capítulo donde el personaje se encuentra interno en un hospital público, hay tanta conmiseración en ese capítulo. Tanta compasión. Los que comparten esa sala hospitalaria con Lud, muestran la vida y la muerte. Muestran el agónico padecimiento de sus pobres condiciones, de sus carencias, de su realidad social. Algo semejante a la realidad que se padece en un país llamado Honduras. Cito: “Son las tres y media de la madrugada, la oscuridad es lo único que me acompaña, y este olor a enfermos, esta hediondez humana, nuestro verdadero perfume. Espero el día, porque ¿no es el día el camino de los que están perdidos en las tinieblas? Espero”
Durante Lud, está en el hospital su madre, le lleva una caja de libros, los cuales se han salvado de la pira. Irónicamente estos libros sobrevivientes, son los que han sido escritos por autores hondureños y Lud  los tenía aparte para ser quemados, pero su madre los ha salvado de la fogata literaria, que había hecho su padre. Luego, en pleno hospital este les hace flamear. Luego, en otro capítulo: ¡Milagro! Describe la satisfacción que siente al quemar cada título: “Nunca imaginé que el solo hecho de pensar que uno tiene poder para quemar esto o lo otro tuviera tanto significado en nuestra vida. Cuando el hombre tiene la potestad de destruir, tiene la potestad de Dios, podemos así decirlo, porque al hacer nuestra voluntad sin tropiezos, sin negativas, somos dueños del destino, dueños de la humanidad misma, de la suerte misma, de todas las personas.”    
Hay algunas manías entre todas las que posee el personaje, que se vuelven en sí una figura poética. Sobresale entre todas la extravagancia de Lud. Su Lectodependencia, esa obsesiva compulsión por leer. Síndrome de lectura obsesiva compulsiva, podría ser.  Me recuerda un comercial de las Librerías Gandhi, en donde aparece un chico con apariencia de farmacodependiente, dando su testimonio: “Comencé con una línea, luego otra, ahora no puedo parar me he vuelto adicto a la lectura”. Es sin duda un personaje conmovedor, en esas escenas, un personaje conmocionado por la lectura. Aunque después se da cuenta que no es lo que cree. Sin embargo es muy divertido leerlo buscando desesperado, leer  algo, una línea, como para satisfacer su dependencia hacia los libros, hacia la lectura. Conmovedora, imaginativa y poética, es esta manía del personaje.                  
No obstante, cuando se llega al capítulo “El tesoro encontrado” el personaje se encuentra con lo que se le puede llamar, “el Guía” o el “recompensador”. En este capítulo, aunque con un título bastante trillado, da un giro interesante. El encuentro fortuito de Lud con este personaje, ilumina todo la magritud de los capítulos anteriores, que no son menos que muy buenos. Mantiene el tono existencial de la obra pero con elocuente luminosidad.
La novela es indudablemente muy buena. Muy buena dentro del parámetro de Tolstoi. No se convierte en lo que condena.  
Sin duda “Autobiografía de un hombre sin importancia” del escritor Ludwing Varela, ha llenado mis expectativas, así como ha reafirmado esa teoría multidimensional, la cual argumenta que el buen poema, el buen cuento, la buena novela; la buena obra en sí, debe contar al menos siete historias: La historia que cuenta el escritor, la historia que cuenta el narrador, la historia del lector, la historia que cuenta el lenguaje, la historia que cuenta la historia, la historia que descubre el crítico (esta no importa) y la historia que se quiso contar pero que no se cuenta. No se puede juzgar un escrito sin ser leído. A partir del 2000 se han producido en el país, verdaderas obras literarias, leves, honestas, sin poses, sin forzamientos. Obras reales y de muy buena calidad escritas por hondureños comprometidos con la experimentación, con la fiel idea de crear obras bien escritas.  Autobiografía de un hombre sin importancia es una de esas novelas: Existencial, psicológica, mítica, fluida, universal, una novela para ser leída.
Lo fantástico de esta novela, es su profundidad, su lenguaje depurado y fluido, su multidimencionalidad. El sincretismo logrado entre la poesía y la narrativa. Su metatextualidad, la cual se disfruta sin parpadeos. Posee algunos abusos, pero igual son casi imperceptibles. Todo se compensa con el universo que crea para Lud.      
No quiero verme como un “crítico” sin embargo, este año me he comprometido con nadie más que con mi gusto, mi preferencia, mi necesidad, mi interés de lector,  para opinar sobre poemas, cuentos, novelas, ensayos, artículos, y libros que estén dentro de mis parámetros de satisfacción, y que posean carácter, calidad, exotismo, eclecticidad y universalidad. Las obras que no comente. Son obras sin importancia.

Elvin Munguía.