"Autobiografía de un hombre sin importancia viene a conectarse a una frecuencia que han de oír hasta los sordos".
"Ludwing Varela conoce su oficio. Y esa no es ninguna novedad para quienes disfrutamos de su obra, sin embargo, en Autobiografía de un hombre sin importancia demuestra algo más: ha vivido lo suficiente como para retratar a quienes nos hundimos entre calles, a esos hombres y mujeres sin importancia alguna que dejamos algo de nosotros en cada paso.
Fabricio Estrada
"Ludwing Varela conoce su oficio. Y esa no es ninguna novedad para quienes disfrutamos de su obra, sin embargo, en Autobiografía de un hombre sin importancia demuestra algo más: ha vivido lo suficiente como para retratar a quienes nos hundimos entre calles, a esos hombres y mujeres sin importancia alguna que dejamos algo de nosotros en cada paso.
Ludwing
sabe –perfectamente– que la literatura es ese algo, esa isla, que nos rescata y
transforma en personas, por ello no encasilla esta obra en cuento, novela o
relato, ¡qué más da!, total, esa es labor de los críticos. Lo realmente
importante es el mensaje que transmite al fragmentar su vida –y la nuestra– en
15 escenas, en 15 actos…
Autobiografía de un
hombre sin importancia es, en resumen, un caleidoscopio urbano donde resurgen
la ciudad y su oropel, los caminos, la implacable soledad, la desesperanza de
cada día, el ansiado alcohol, los sueños raídos, ¡los recuerdos!, los viajes
mentales que alivianan la pesadez de nuestros pasos… los amigos. Y Darwin
Rodríguez estaría de acuerdo… de eso doy fe".
René Novoa
DURANTE EL ÚLTIMO VIAJE
QUE REALICÉ DEL CERRO DE PLATA A CATACAMAS, aproveché para concluir la lectura
de la novela “Autobiografía de un hombre sin importancia” del escritor Ludwing
Varela.
“Autobiografía de un
hombre sin importancia” está estructurada en 15 capítulos, cada uno de ellos narrados
en primera persona, con una generosa fluidez, un interesante existencialismo y una
harmoniosa brevedad.
Desde el principio el
autor logra que el personaje vaya exponiendo sus actitudes y sus aptitudes. Logrando
así un personaje humano, impredecible, existencial, soñador, psicológicamente
definido, errático, pero sin las deficiencias de un personaje plano.
La historia trata de un
autor joven, cuya vida está llena de adversas circunstancias. Experiencias
cotidianas que lo llevan a situaciones a veces lastimeras, trágicas,
angustiosas pero igual recibe pequeños bienestares y recompensas, bien, o mal
ganadas.
Al principio me pareció
un poco pretenciosa, sobre todo por el hecho de mencionar un particular
desprecio por la literatura hondureña. Y tal vez no por la literatura hondureña
en sí, sino por ciertos autores con muchas obras publicadas, y que se presumen
académicos, incluso catedráticos. Obras que no merecen ninguna mención.
Hay una especie de
rencor, creí, inicialmente hacia los escritores que han tenido un recorrido
dentro de las letras hondureñas, quienes indudablemente padecen de una
“escritorfagia o poetafagia”. Expuesto de otra manera “El escritor es la bestia
que devora al escritor” vieja creencia y
una manifiesta tendencia a devorar el escritor joven, menospreciarlo,
discriminarlo o marginarlo. Tendencia que algunos, dicen, es muy practicada por
algunos escritores de mayor edad en el pasado reciente de Honduras. No así, en
muchos de los que hoy están escribiendo y que permiten que otros lo hagan a sus
anchas y experimenten libremente.
Lo otro que se percibe,
es el desprecio por esos mismos autores que no lograron crear una propuesta
consistente. Una propuesta con mayor calidad literaria y que no salieron de sus
“concepciones aldeanas” tanto en el manejo de las historias, el manejo del
lenguaje, la fluidez y universalidad, así como la estética del escrito.
“Autobiografía de un
hombre sin importancia” es una crítica y una autocrítica, es la búsqueda de sí,
la búsqueda de la voz propia, es la experimentación del escritor que no se
acomoda, ni se conforma. Es el escritor aplicando los métodos científicos
necesarios para crear o descubrir la quinta esencia.
Es también, la persecución implacable del
individuo por crear una obra con calidad. Donde sus mismas circunstancias lo
van llevando a un universo regido por un dios del humor negro. Un destino
incurable de imposibilidades, pero igual, y a pesar de la angustia y de las
imprecisiones lo hacen descubrir aquellas diminutas recompensas que proporcionan,
el esfuerzo, la disciplina, la misma búsqueda y las decisiones, mal, y bien tomadas.
Lud, personaje central
de la novela, es un escritor, quien anda por los veintidós o veinticinco años.
Estudia una carrera relacionada con su oficio. Voraz lector, bohemio. Calificado
por su padre como un “vago sin futuro” y quizá con una leve tendencia a la
autodestrucción. Es un amante del alcohol y de los libros, en cualquier orden. En
algunas ocasiones, este personaje, ha hecho publicaciones en periódicos que le
valen algún reconocimiento, esto quizá promueve su ego. Vive en casa de sus
padres, de quienes, por un lado su madre, -naturaleza de las madres - es condescendiente,
amorosa y permisible. Acepta, sin enojos, que él haga lo que más le gusta: Leer.
Contrario a su padre, quien se hace notar como un hombre pragmático,
insensible, violento y en extremo, inculto, casi salvaje, irracional, aún más,
cuando es invadido por la cólera. Muestra de ello es el holocausto que realiza
con la biblioteca de Lud. Los enojos por el desacuerdo que tiene con la
profesión elegida de éste; la falta de trabajo o su agresión en contra de una
de las hermanas y toda la familia de Lud, al enterarse del embarazo de ésta.
Estos dos personajes, la madre y el padre, son sin duda elementos fundamentales
que apoyan la autenticidad de este personaje llamado Lud. Incluso, se les puede
estimar, como la “defensora” y el “inquisidor” del héroe.
Hay una reacción de la
madre, en el capítulo, “Después de la calma siempre viene la tormenta” quien
monta en cólera. Agrede a Lud de una forma brutal, pero todo es por la ausencia
y la angustia que le ha provocado su desaparecimiento. En este capítulo como en
todos los demás hay párrafos y oraciones profundas, poéticas, bien pensadas,
construidas para ser leídas y transmitidas. Citaré un par de ejemplos, serán
quizá los únicos que tomaré en todo este escrito: “Dos semanas no pasan como si fueran simples números. Menos de eso
estuve en otros países e hice lo que muchos hombres de estas tierras no han
hecho en su vida. Dos semanas no pasan como si fueran el polvo inservible del
tiempo.” “(…) Se lanzó sobre mí como si fuera el peor hijo que jamás una mujer
hubiera parido,(…) como si yo hubiera sido Caín y hubiera matado a Abel frente
a sus ojos. Pero los golpes eran soportadas por mi piel, por piel que se
encontraba anestesiada de tanto alcohol.” “Entré en mi cuarto y me tiré de espaldas hacia la cama con todo el
peso de mis pecados.” “(…) Las
madres, no importa que tan molestas estén, siempre piensan en nuestro futuro.”
Algunos elementos me
resultan poco atractivos y en momentos, incómodos. Elementos como la mención innecesaria
de Obras y autores de la literatura universal. Pareciera más bien, una receta o
una lista de textos para mostrar su basta lectura, la basta lectura, no del
personaje, sino del autor. Puede que esta sea una percepción particularmente
mía.
Hay un capítulo donde
el personaje se encuentra interno en un hospital público, hay tanta
conmiseración en ese capítulo. Tanta compasión. Los que comparten esa sala
hospitalaria con Lud, muestran la vida y la muerte. Muestran el agónico
padecimiento de sus pobres condiciones, de sus carencias, de su realidad
social. Algo semejante a la realidad que se padece en un país llamado Honduras.
Cito: “Son las tres y media de la
madrugada, la oscuridad es lo único que me acompaña, y este olor a enfermos,
esta hediondez humana, nuestro verdadero perfume. Espero el día, porque ¿no es
el día el camino de los que están perdidos en las tinieblas? Espero”
Durante Lud, está en el
hospital su madre, le lleva una caja de libros, los cuales se han salvado de la
pira. Irónicamente estos libros sobrevivientes, son los que han sido escritos
por autores hondureños y Lud los tenía
aparte para ser quemados, pero su madre los ha salvado de la fogata literaria,
que había hecho su padre. Luego, en pleno hospital este les hace flamear.
Luego, en otro capítulo: ¡Milagro! Describe la satisfacción que siente al
quemar cada título: “Nunca imaginé que el
solo hecho de pensar que uno tiene poder para quemar esto o lo otro tuviera
tanto significado en nuestra vida. Cuando el hombre tiene la potestad de
destruir, tiene la potestad de Dios, podemos así decirlo, porque al hacer
nuestra voluntad sin tropiezos, sin negativas, somos dueños del destino, dueños
de la humanidad misma, de la suerte misma, de todas las personas.”
Hay algunas manías
entre todas las que posee el personaje, que se vuelven en sí una figura
poética. Sobresale entre todas la extravagancia de Lud. Su Lectodependencia,
esa obsesiva compulsión por leer. Síndrome de lectura obsesiva compulsiva,
podría ser. Me recuerda un comercial de
las Librerías Gandhi, en donde aparece un chico con apariencia de
farmacodependiente, dando su testimonio: “Comencé
con una línea, luego otra, ahora no puedo parar me he vuelto adicto a la
lectura”. Es sin duda un personaje conmovedor, en esas escenas, un
personaje conmocionado por la lectura. Aunque después se da cuenta que no es lo
que cree. Sin embargo es muy divertido leerlo buscando desesperado, leer algo, una línea, como para satisfacer su
dependencia hacia los libros, hacia la lectura. Conmovedora, imaginativa y
poética, es esta manía del personaje.
No obstante, cuando se
llega al capítulo “El tesoro encontrado” el personaje se encuentra con lo que
se le puede llamar, “el Guía” o el “recompensador”. En este capítulo, aunque
con un título bastante trillado, da un giro interesante. El encuentro fortuito
de Lud con este personaje, ilumina todo la magritud de los capítulos
anteriores, que no son menos que muy buenos. Mantiene el tono existencial de la
obra pero con elocuente luminosidad.
La novela es
indudablemente muy buena. Muy buena dentro del parámetro de Tolstoi. No se
convierte en lo que condena.
Sin duda “Autobiografía
de un hombre sin importancia” del escritor Ludwing Varela, ha llenado mis expectativas,
así como ha reafirmado esa teoría multidimensional, la cual argumenta que el
buen poema, el buen cuento, la buena novela; la buena obra en sí, debe contar
al menos siete historias: La historia que cuenta el escritor, la historia que
cuenta el narrador, la historia del lector, la historia que cuenta el lenguaje,
la historia que cuenta la historia, la historia que descubre el crítico (esta
no importa) y la historia que se quiso contar pero que no se cuenta. No se
puede juzgar un escrito sin ser leído. A partir del 2000 se han producido en el
país, verdaderas obras literarias, leves, honestas, sin poses, sin
forzamientos. Obras reales y de muy buena calidad escritas por hondureños
comprometidos con la experimentación, con la fiel idea de crear obras bien
escritas. Autobiografía de un hombre sin
importancia es una de esas novelas: Existencial, psicológica, mítica, fluida,
universal, una novela para ser leída.
Lo fantástico de esta
novela, es su profundidad, su lenguaje depurado y fluido, su multidimencionalidad.
El sincretismo logrado entre la poesía y la narrativa. Su metatextualidad, la
cual se disfruta sin parpadeos. Posee algunos abusos, pero igual son casi
imperceptibles. Todo se compensa con el universo que crea para Lud.
No quiero verme como un
“crítico” sin embargo, este año me he comprometido con nadie más que con mi
gusto, mi preferencia, mi necesidad, mi interés de lector, para opinar sobre poemas, cuentos, novelas,
ensayos, artículos, y libros que estén dentro de mis parámetros de
satisfacción, y que posean carácter, calidad, exotismo, eclecticidad y
universalidad. Las obras que no comente. Son obras sin importancia.
Elvin Munguía.
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