Los hombres ¿No viven esperando y haciendo esperar?
Mishima
Eran casi las siete, y no
se miraba que la joven de sonrisa amplía se acercara por ninguna esquina.
Gabriel la esperaba como el que ha tenido una noche eterna y espera el
amanecer. Miraba a las personas como para distraerse, pero siempre relacionaba
cualquier pequeño detalle para recordar de nuevo. –Esos zapatos son los mismos
que andaba puestos cuando la miré por primera vez, y ese celular que suena,
tiene el mismo sonido que tiene el suyo… ¿Por qué no existe una máquina que
adelante el tiempo y nos evite la estúpida manía de esperar, sin hacer nada?.
–Pensaba. Astutamente según él.
Llegaron las siete y
las esquinas siempre estaban llenas de rostros que no tenían ninguna
importancia para él. Mantenía siempre un libro como para distraerse en su
lectura, pero en esos momentos sus vista era como un trozo de madera flotando
sobre un inmenso mar, sin más que ir y venir al son de las olas. Al darse
cuenta que no ponía nada de atención, pensó: “Sería increíble tener un libro
que tenga la historia de lo que esta haciendo la persona a quien se espera en
tiempo real” y sonreía lentamente, como imaginándose que en ese momento leía
que ella estaba caminando bajo un árbol de cedro, y que el farol que estaba
próximo al árbol, iluminaba suavemente el lado derecho de su rostro. Cada
persona que pasaba le dejaba el recuerdo, que alguien esperaba por ellos en
algún lugar y se reprochaba al ver que se tardaban en comprar cualquier
tontería “Les interesa más comprar un dulce o un cono, aun sabiendo que alguien
los espera. ¡Idiotas! eso es lo que son, unos completos idiotas”. Pero lo que
más le molestaba, era el hecho de saber, que era más idiota aquel, que aun
sabiendo que lo que se espera nunca ha de llegar, sigue estático, como el árbol frente al golpe del leñador.
Pasaron treinta minutos y la pequeña caja de cigarrillos que tenía, estaba
hecha pedazos bajo sus pies. Cada persona que pasaba frente a él se le hacia
más detestable, y pensaba que si no fuera por culpa de ellos, que retrasaban
por el camino a la joven, ya estaría ahí, diciéndole con una sonrisa amable que
no fuera un desesperado, que los que se desesperan nunca consiguen nada. Pero
ya no podía esperar más, una cosa, es ser un idiota por un rato, otra, serlo
toda la vida. Y se levantó mirando a cada esquina y a todos los rostros que no
le interesaba ver nunca más.
Al doblar a la esquina de
la calle, miró que María se acercaba con su sonrisa amplia, y con su mirada que
lo iluminaba todo.
-¿Por qué has tardado
tanto?
-Solo me retrasé diez
minutos, ¿Por qué siempre sos tan desesperado?
-Hay muchos hombres que
han muerto esperando algo, yo no quiero morir esperando nada.
-¿Ni a mí?
-¿Por qué preguntas cosas
de las que ya sabes la respuesta? No seas tan insegura, a vos te esperaría más
de lo normal, pero eso sí, si sé que estoy a punto de partir para siempre, no esperaría a
nada ni a nadie.
-Gabriel, Gabriel… Sos un hombre tan
terco y eso te hace tan interesante.
-Y vos sos una mujer tan
tardada y eso te hace tan desesperante.
-¿De verdad, estás molesto
porque tardé diez minutos?
-Para vos el tiempo es tan
insignificante. Todas las mujeres hermosas creen que su belleza será eterna, y
ni siquiera aprovechan el cortísimo tiempo que se les regala para disfrutar su
juventud y todo por estar frente a un estúpido espejo que ni siquiera puede
decirles nada sobre su belleza. Ustedes son incomprensibles.
-Mejor caminemos un poco,
me parece que te hace falta caminar y hablar. Deja de reprocharme diez minutos,
si querés te regalaré mil horas, pero no te quejes más.
-¿Escuchaste lo que acabas
de decir? ¡Mil horas! Regalar mil horas como si las horas fueran nada, como si
fueran monedas que reparte cualquier millonario a los pordioseros. Me asusta tu
insensatez, me asusta tu confianza de larga vida. ¿Y si te morís hoy, y si
hubieras muerto en el lapso de esos diez minutos que te tardaste?
-Vos estás mal, no pienso
perder mí tiempo peleando con vos.
-¿Ahora si le das valor al
tiempo? Sos tan ignorante que no sabes el valor de las discusiones en la vida.
Si el humano no discutiera, no llegaría al conocimiento, no hubiera descubierto
miles de verdades y secretos. Mil horas discutiendo, valen más que estar
sentados frente a un millón de atardeceres sin decirnos nada. Guardar silencio
es de las formas más grandes de perder el tiempo.
-¿Entonces discutiendo se
gana el tiempo?
-No se gana, se aprovecha
y eso es más que suficiente para seres que pueden morir a cualquier instante.
-Pero no seas tan trágico,
olvida a la muerte, déjala en paz,
-¿Cuándo ha dejado la
muerte en paz a la humanidad? ¿Y vos queres que la deje en paz? Por lo menos el
día que me lleve, sabrá que estaba hablando mal de ella, y espero que por lo
menos se sienta mal.
-Qué cosas las que decís… el hecho de vivir es para mi más
importante que martirizarme pensando que la muerte vendrá y que mi tiempo
terminará o que yo terminaré para mi tiempo.
-¿Vos qué sabes de la
vida? Vos te conformas con desojar margaritas, sos feliz dialogando con
estúpidas flores que lo único que saben decir es “si” y “no”. Vos
sos feliz mirando amaneceres y atardeceres, pero ¿Vos crees que al sol le
importa si lo miras ir y venir? Ha de pensar que sos la persona más ociosa del
mundo.
-Si esta es tu manera de
aprovechar el tiempo, aprovéchalo solo.
-El tiempo se aprovecha
mejor discutiendo, no te vayas, solo así aprenderás lo importante que es
aprovechar la vida. Mira que en esa esquina, puede estarnos esperando la muerte
y si nos escucha hablando sobre la importancia del tiempo a lo mejor no nos lleva
por ser consientes de cada minuto que vivimos.
-Si la muerte está en esa esquina, cortaré una
margarita y dejaré que sea mi destino “me lleva” “no me lleva” “me lleva” “no
me lleva” y mientras ella se ríe al verme repetir esas frases, comenzaré a correr
y aprovecharé para escapar.
-Jajá jajá
-Bien que te reís verdad,
por lo menos te saqué una sonrisa, solo por eso acompáñame a ver el atardecer.
-Vamos, pero llevá una
margarita, que si la muerte llega, ya sabemos cómo escapar de ella.