Salís feliz del
trabajo por los aguinaldos que doblan los ánimos y las ganas de enamorarte de
alguna tipa que no sea tan fea como las chicas que frecuentan los bares del
centro, para no pasar otras fiestas acariciándole el pelo a la soledad. Al
llegar al primer bar que te encontrás, saludas amenamente a los desconocidos y
te sentás en la barra como rey y señor de algún reino lejano, ya que solo vos
entendés tu grandeza. Le invitas un trago a la chica que te atiende, porque a
pesar de que ni te dio las buenas cuando entraste, te pareció que la sonrisa de
maldad dibujada en su rostro era algo así como un saludo disimulado. Los tipos
que ya llevan en una de las mesas un par de horas te invitan a sentarte con
ellos. Feliz por el gesto les agradeces y les haces el honor llevando a la mesa
una caja de cervezas que terminará tan pronto como termina tu dinero en los
casinos en los días de mala racha. Las cosas van bien, ellos te escuchan
atentamente, escuchan sobre tus achaques, tus manías, tus dolores prematuros de
hígado, sobre tu relación pasada que fue peor que leer a Lezama Lima a los 8
años, una relación muy jodida y aburrida y luego que ni sabías que significaba
todo eso del amor, cuando solo recibiste puñales. La chica de la mesa es la más
atenta, parece que desde que llegaste le ha soltado la mano al tipo con el que
estaba y ahora esa mano busca la tuya, y sin querer los dedos se rozan y tu
otra mano automáticamente se levanta para pedirle al mesero algo especial para
la ocasión, te dicen que para celebrar lo mejor es un Dom Pérignon, la tipa te toma
más fuerte de la mano y te pide que compres algo de nieve, con sus labios
rozando húmedamente tus orejas. No te negás y le decís que la navidad sin nieve
no es navidad. Entonces compras lo suficiente para que todos se abriguen
anticipadamente por la temporada que se avecina a su mesa. Al rato, ya no es
una botella de Champagne la que está tirada como una fina mujer alcohólica, sino que son tres, como si las
imperiales les recordaran los malos tiempos en donde no se podía vivir con lo
poco que pagaban en la oficina. Luego, al pasar las horas, así de rápido como
pasaron las mujeres en tu vida, ves a tu lado y lo que ves es a un tipo extraño
y con el sostén de lado mostrando por pecho una pelota de calcetines y su
maquillaje corrido de tanto llanto por la alegría de la ocasión, le hace
descubrir su fisonomía de macho afeminado, que ya no tiene su mano sobre tu
mano sino en tus bolsillos, de dónde saca dinero en confianza para un paquete
de cigarrillos, de los cuales no probarás ni un solo sorbo. Caes rendido bajo
la mesa, el viento, la nieve, la fina humedad cayó sobre vos como una
tempestad. Al levantar la vista, ves un rotulo que dice “Marry Christmas” caído
de un lado y sostenido por un clavo oxidado, que de viejo, más parece un clavo
de la cruz del Cristo. Feliz navidad te
decís y cerras los ojos, con la esperanza de no abrirlos, de no volver a
abrirlos, hasta que sea la próxima
navidad, para poder comprarte la nieve que te negó el destino, por haber nacido
en un país donde lo blanco es apenas el vago reflejo de una nube en el cielo.