Cuando Ducasse estaba en sus horas de agonía, mando a pedir a su sirvienta que le prestase los tomos de Hugo, Musset, Byron, Lamartine, y le dijo que lo dejara a solas.
Después de leer unos cuantos poemas de cada uno, las lágrimas le brotaron como catarata hasta llegarle al pecho, donde palpitaba suavemente su enfermo corazón. Y sus últimas palabras fueron:
-Bellos, bellos, nunca imaginé que cantarían mi muerte.
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