miércoles, 26 de noviembre de 2014

7 VIDAS (A Picasso)



 Estaba cansado de tener que enterrar a los gatos de mi chica. Uno a uno morían ya sea envenenados o golpeados. Luego que muriera Dartañan, hace casi dos años, le siguieron una lista de nombres que aruñan el recuerdo de mi querida. Y me tocaba cargar con ellos,  cargar con una pala y buscar un terreno libre y suave en donde pudiera enterrar a los felinos que ronroneaban en el hogar. Estaba cansado, porque cuando llegué a esta casa eran 16 gatos, y eso equivale a  verla llorar 16 veces, y a mí me pesaba más su llanto que la perra muerte mordiendo la vida de todos esos gatos. Así que hace un mes conseguí una hermosa 38 cañón corto, en realidad esperaba descubrir al cabronazo que envenenaba a nuestros gatos, y cobrarle todo el llanto de mi chica y el sudor que me costó cargar con los animales, las herramientas y hacer los profundos hoyos dónde enterré sus rígidos cuerpos. El último de ellos se llamaba Picasso, un pequeño gato negro que últimamente buscaba su comida fuera del hogar. A lo mejor se cansó de la comodidad de estos muebles y de que siempre le sirvieran las cosas en la boca. A lo mejor se enamoró de alguna de esas gatas astutas que rondan los techos de los vecinos y por eso jugaba cada vez menos con mi pequeño hijo, quien nombraba a Picasso con un “mamá” que nos hacía reír, ya que a su madre no la nombraba con el mismo sustantivo. Ayer me dio por  quedarme escondido, mientras  fumaba un cigarrillo sobre un árbol cerca de la casa, ya eran pasadas las 12 de la noche y no había nadie en las calles. A lo lejos vi venir a un chico con aspecto de patinador, al acercarse lo escuché como blasfemando contra no sé quién. El pequeño Picasso  salió en ese momento y comenzó a maullar como llamando la atención de la gata por la cual se ausentaba más y más de casa, pero de pronto el  maullido fue apagado por un golpe seco que le propinó el chico blasfemo. Me tiré del árbol sin decir nada, el chico se impresionó al ver que no estaba solo y que yo era testigo de lo que había sucedido. Me acerqué a Picasso, lo levanté y comenzó a convulsionar, a estirarse violentamente en pausas de unos 10 segundos y a abrir toda su boca como tratando de aspirar todo el aire que encarcelaba la atmosfera. El chico estaba tras de mí como si nada. Lo miré como a alguien querido que  partió hace ya mucho tiempo y que ahora regresaba para calmar mis ansias de esperar tanto y tanto. Saqué mi revolver y le apunte a las piernas.
-Hace mucho que te estaba esperando –Le dije.
-¿A mí? ¿Hablas en serio? Ni siquiera me conoces.
-Te conozco desde que venías unos 100 pasos atrás y eso es suficiente para encariñarme de alguien o suficiente para odiarlo. La cagada es que para tu mala suerte te tocó mi segunda opción. No intentes moverte cabrón, si lo haces te disparo. El chico no se tomó mis palabras nada enserio. Seguramente venía de fumarse un porro y pensó que si jalaba el gatillo, de mi pistola saldría una banderita en la que estaría escrito “Peace & love” y entonces sonriendo pasó a mi lado como quien no mira a nadie. Eso era lo que en realidad estaba esperando, que el muy hijo de puta me retara de cualquier forma, así que apunté al pie con el que había pateado a mi gato y le dejé ir el primer balazo. Estoy seguro que se escuchó más el grito que el disparo, pero me acerqué a él rápidamente y le puse mi mano desocupada sobre su boca amenazándole que si gritaba una vez más acompañaría en ese mismo instante al desafortunado de Picasso. Hizo caso como si lo hubieran educado para ser el chico más obediente del planeta. Le dije que recogiera el cuerpo del gato, lo hizo arrastrando su pie ensangrentado, y lo hice que me siguiera hasta el parqueo de mi casa.


 Por eso del amor a los gatos yo había comprado un traje de  un gato, le dije al chico que se lo pusiera. Se tardó más de lo normal porque al quitarse su zapato deportivo, miró el agujero en su pie derecho y la sangre que salía como liberándose de esa mala carne que la contenía. Lo hice entrar en la casa, levanté a mi hijo para que mirara a su nueva mascota. –Tenes que maullar hijo de puta, si no lo haces bien te voy a sacar de aquí y te voy a descargar esta mierda. No intentes ninguna pendejada o te jodo hijo de puta. El tipo comenzó a maullar entre sollozos, mi hijo lo miraba absorto, fijamente, como cuando se ve algo por vez primera. El tipo maullaba y maullaba pero ninguna sonrisa, ningún “mamá” adornaba la boca de mi pequeño. Hasta que de pronto el dolor hizo que el tipo se moviera un poco bruscamente, así que el pequeño comenzó a llorar, y en realidad no sé si lo hacía por la ridícula forma en que trataba de engañarlo o porque en realidad sentía la ausencia de su primera mascota. Eso me encabronó y entonces saqué al chico de la casa, le dije que tomará las herramientas, que tomara el cuerpo del gato y que me siguiera hasta el cementerio de mascotas que él mismo, sin imaginarse, me había ayudado a construir. El lugar no quedaba largo de casa, en realidad uno se podía tardar en llegar unos 5 minutos, pero esta vez tardé 20 minutos porque el chico arrastraba el pie herido y se quejaba del peso de las herramientas. Llegamos al lugar, él temblaba dentro de ese traje, parecía que los mismos pelos del traje estaban erizados, el miedo y la sangre se podían oler en el ambiente. –Dejáme ir por favor – Me dijo con la voz quebrada de miedo. Le hice señas para que comenzara a cavar el hoyo para enterrar a Picasso. El tipo se esforzaba desmedidamente, quiso quitarse el traje para poder agarrar mejor la barra y la pala pero no se lo permití. Me imagino que el trabajo, el miedo y el calor por esta metido dentro del traje, lo hacían sudar por las 15 veces que el hijo de puta me había hecho sudar a mí al enterrar a esos indefensos animales. Pasaba el tiempo y miraba que la fuerza se le escapaba al tipo por el pequeño agujero que tenía en su pie. Se tiró al suelo y lloró como un gato en celo. Lloraba, porque cuando me decía si era suficiente el hoyo para el gatito, yo le repetía que no y le apuntaba con una mirada intimidante. Luego de un par de horas, el hoyo era tan grande que en él cabía un gato de gran tamaño. Miré a la figura frente a mí, peluda y maloliente ya que se había cagado del miedo. Sin duda ya no era un hombre, y si un día lo fue, esa noche había dejado de serlo. Lo miré fijamente mientras el tipo se quejaba como maullando y le dije -Hoy es tu día de suerte hijo de puta ¡Sos un suertudo de mierda!- Y le descargué los otros 5 tiros, cayó al hoyo que había cavado y me fui con las satisfacción que el tipo no volvería a hacer lo mismo. Si no tuvieran 7 vidas los gatos,  les aseguro que nunca le hubiera disparado 6 veces ¡Pero qué suerte la del hijo de puta ese! ¡Qué suerte que me faltara una bala! 

martes, 14 de octubre de 2014

Adelanto de una Premonición

Aquí les dejo una pequeña muestra de mi premonición. Sientense, lean, y....

"La Historia lo registra desde sus mismos orígenes. Las civilizaciones más antiguas guardan memoria de su paso por el mundo y de su propia extinción en palabras, imágenes, en ruinas. Allí palpita aún lo vivo y lo muerto de cada una de aquéllas. Los trágicos griegos fueron aún más allá:  reivindicar la muerte a costa del destino humano, a sobreponerla sobre todas las cosas, aún a sabiendas de que todo castigo no es más que una negación de la libertad, bien supremo que ni los dioses mismos han podido abolir.
Valga este  despropósito existencialista para entrar en la  materia, no por extraña menos conocida, de este libro de Ludwing Varela, “Premonición del extinguido”, una especie de encantamiento verbal  por lo luctuoso y lo sórdido que nos deparan la vida y la muerte, así estrábicamente  vistas juntas, complementariamente cómplices.
Llama la atención el desparpajo inocente e irredento por igual, con que este joven poeta “juega” a su “estar” en este mundo, vivo y muerto lo mismo da. Lo importante es su declaratoria vivencial, casi profética, ese afán hedonista por lucir sus mejores galas “del primer caído”.


“Necesito morir de a ratos”, confiesa el poeta. Si uno no conociera a Ludwing -un joven poeta con una larga vida y obra por delante- podría caer en la trampa y creer que nos habla un personaje de la estirpe de Job, curtido de culpas y arrepentimientos. “Nunca ha sido fácil morirse uno”, murmura por ahí, entre versos más bien flamantemente vívidos y frescos. Pero más de alguno caerá en la trampa, y quien caiga encontrará allá en el fondo, entre el trasfondo de la vida, al propio Ludwing… muerto de risa".

                                                                                                                                Rigoberto Paredes




"Premonición del Extinguido, es el vuelo al ritmo de un parpadeo, sujeto a la velocidad de un segundo, donde las señales están dibujadas sobre un cuerpo de paredes transparentes, añorando llenar los vacíos de los lugares concebidos, palabras que se recogen con olor a despedida de quien se sabe el que desaparece, porque este lugar degolla nuestras imágenes para no saber donde terminan los días. Una despedida que vendrá en una mañana, despertada por una canción ¿Quién sabe si es triste o alegre? nos invadirá una sensación a nuestro cuerpo, importa el ritmo, la transición a desengañarnos, porque las palabras abundan y es necesario encontrar donde colgar las últimas, antes de que el tiempo nos deje caer con su peso."

                  
                                                                                                                                   Pedro Chavajay G


"...poesía buena, conciente, de alto contenido estético, una poesía que se escucha lírica en su forma pero que en el fondo esconde una navaja posmoderna con ciertos óxidos para los gustos refinados del canon".

                                                                                                                                  Fabricio Estrada







.

                                                                                                                   





Moriremos de dolor una mañana alegre


Moriremos de dolor una mañana alegre
La sangre será libre de la cárcel de esta carne
Y nacerá un río rojo
Un río donde los peces se multiplicarán en el comunismo de mis venas.
Moriremos plácidamente
En la hora que el beso que se estampa en la palabra
Deje de ser indició de una amarga despedida
De un adiós definitivo con tintes de esperanza.
Moriremos de dolor
Y los pájaros cantarán
Pensando en los gusanos que se alimentaran de nosotros.
Moriremos una o mil veces
De eso no hay duda
En una fría mañana alegre
Como la que aun no he tenido
Y que se dibuja en el precipicio de mi mano.




Espejos opacos

 Todos los espejos están opacos
Y mi imagen engañosa
Nunca había sido tan acertada.
Todos mis espejos están opacos
Y puedo ver en ellos
Mi futuro de rama rota
Mi amanecer de soles negros.
Hay días como este
Que deberían hacerse añicos
Dejarlos uno morir
Sin darles el auxilio necesario.
Todos mis espejos están opacos
Y mi imagen engañosa
Nunca había sido tan acertada.



Peregrinación

Vení,
Lamentémonos pues caen las horas
Y los ojos del mundo
Son ciegos a nuestros pasos.
-¿Y dónde van los que se han perdido a plena luz del día?
Dame la mano
Seguí mis pasos que se agitan entre los abismos
Seguí la voz de temblor que me arropa
Y no cerrés los ojos
Que caerás en la amargura del paso que viene
Y no podrás guiarte por el canto del pájaro
Que se aleja para siempre.
Hay una luz que parece abrirnos el camino a la locura
Procura no separarte de ella
Que es la única agua que nace en el pozo de nuestras manos
-Entonces, ¿dónde vamos con estos pasos que se quiebran de cansancio?
Vamos al fin último del camino
Vamos a nosotros mismos.




Nunca ha sido fácil

Nunca ha sido fácil morirse uno
Así como romper un vaso de cristal
Así como quebrarle la rama a un pájaro.
-Es sencillo; solo cierra los ojos y ábrelos nunca.
Es sencillo, sí
Como absorber el fracaso en nuestras manos-
Nunca ha sido fácil
Es mentira
Uno lleva el deseo en el pecho
Y el corazón palpita de burlas hacia uno mismo.
A veces es mejor tirar las cosas
Y dejar que el tiempo las selle y las abone
Y que de ellas nazca un hermoso nido de gusanos.
-Es tan fácil como parpadear.
Cierra los ojos, ábrelos nunca-
Nunca ha sido fácil morirse uno
Cuando en realidad estamos muertos.



HOY ME ES DIFÍCIL SER BUENO

 Hoy me es difícil ser bueno
Levantarme repentinamente
Y saludar con la mano llena de pasados sangrientos.
Buenos días rosa matutina
¿Por cuál pétalo deseas que comience a torturarte?
Tengo sed de abismos
Una insolencia por arrancarme las palabras tersas
Y una bandeja llena de futuros fracasos.
Hoy es difícil arrancarme el pasado
Fingir que las palabras no dictaron mi camino sin polvo
Y fingir, sí, como lo hacen los que sonríen sin perder la máscara.
Déjenme tranquilo
que soy un volcán de nido de pájaros
Y estoy vomitando mis alturas.
Déjenme tranquilo, sí,
para que no tenga que saludarlos con mi mano ensangrentada

Con mi sonrisa que trata con los muertos.




NO BUSCO


No busco mi nombre para encontrarme
solo el sitio de las trampas
por donde va trazado mi camino.
Veo en las calles mis pasos abandonados
escucho al polvo la insinuación de  mi futuro más cercano.
Puedo ver con estos ojos de ciego
los soles negros que calientan la sangre
que derramaré para pintar mis ocasos.
Me es difícil este andar
estas calles no son más que laberintos
donde perecemos
donde el hilo está cortado
desde el nacimiento de nuestros gritos.
Y uno queriendo escapar
pero la gravedad está dispuesta
a cortar nuestros sueños de pájaro
a cortar el vuelo que se emprende en los cielos de la memoria.
Y no queda más que proseguir 
y cargar sobre nuestra espalda
al tiempo como a un muerto
que al final nos enterrará
con nuestras propias manos.



Regalo de consuelo

 Me han ofrecido la muerte
Como se ofrece un colorido ramo de flores
Me la ofrecieron fresca
Y llena de vida como rosa matutina.
-Señor ¿tiene usted eternos floreros negros?
Porque hoy me han ofrecido la muerte
Como se ofrece un  ramo de flores
Y no tengo un florero para guardarla.
Me han ofrecido la muerte como un ramo de flores
Y solo tengo la tierra de mi cuerpo para abonarla.





Del libro Premonición del Extinguido. Editorial del Gabo. 2014.

jueves, 1 de mayo de 2014

EL PESO DE LAS PALABRAS


He descansado. Descansar es lo que él hombre hace la mitad de su vida. Hay que dormir ocho horas al día para que tengamos un buen funcionamiento. Los niños doce o catorce horas. Ya después de la adolescencia se rebajan las horas del sueño para aplicarlas a las horas del trabajo. T-r-a-b-a-j-o. Palabra difícil. Pronunciarla cansa. T-r-a-b-a-j-o. Necesito descansar, hay quienes creen que hablar no cuesta. Que decir “árbol” no lleva trabajo. Están equivocados, esa palabra debe regarse, si no nunca llegaría a ser escuchada. “Libro” palabra difícil. Lleva una L de letras, una I de ideas, una B de bardo, una R de ritmo, una O de ortografía. ¡Vaya cosas!, si combinamos entonces lo que conlleva esa palabra llegamos a “Poema” y ahí la cosa se vuelve más compleja. Dije compleja, otra palabra pesada. Debo descansar, hablar cansa. Las palabras son las piedras que hunden a nuestro yo en el mar de los pensamientos. La palabra labra, eso dijo el eco; me suena a David Aguilar, lo refiere en una de sus canciones. Pero él lo dice de diferente manera, nunca me ha gustado eso del plagio. Él dice así: “Nunca tu palabra labra, a mi sentimiento, miento” Y yo digo: “La palabra labra, eso dice el eco” No hay que ser tan inteligente para saber la diferencia; él dice que la palabra no labra y yo digo que sí. Pero leo bien y al final él dice: “miento” Eso significa que para él la palabra sí labra, igual que para mí. Ya decía yo, no hay nada nuevo. Ya decía.
Escucho pasos, se escuchan con mucha fuerza. Parece que es mi padre quien se acerca, sólo sus pasos sonarían tanto. Es él, viene cerca, este momento no debería existir. A lo mejor me corre de nuevo. A lo mejor viene a abrir la puerta y a decirme que me vaya. Me gustaría quedarme bajo esta sábana, no salir nunca, morir de sed y de hambre en este mueble. Pero morir cómodo.
–Levantáte. Es tarde. Estas no son horas de…
Siempre lo mismo. Día y noche. Tirando palabras como arena a la playa. Insignificantes. ¿Qué fuerza torcerá sus ilógicos decires? ¿Qué dios se apiadará para que sus insípidas palabras no lleguen a mi oído que odia sus palabras? Si fuera agua, caería sobre su techo como una tormenta implacable. Lo ahogaría. Es buen nadador, pero llovería tanto sobre él, que el diluvio antiguo quedaría en el olvido.
–¿No me escuchás? Te estoy diciendo que te levantés.
Me quito la sabana poco a poco. Lo veo y su figura es la misma. Siempre imponente. Siempre con la insolencia y la arrogancia en cada gesto.
–Me acosté tarde. Es por eso que todavía dormía.
–Pues si pensás seguir aquí, olvídate de levantarte a estas horas. Andá a bañarte. Hacé algo por vos. Buscá trabajo, comprá tus cosas. Por lo menos ahora no tenés la excusa que leer es más importante.
Lo detesté con la fuerza de Gargantúa, con la determinación de Ulises, con el odio de Nietzsche, con la frialdad de Cioran. Pero no podía dejar que lo delataran mis ojos. Tenía que poner en práctica el arte de la hipocresía. El arte más detestable de la humanidad. El arte de los débiles y traicioneros. Antes les decía a mis amigos –La hipocresía es el último de los vicios humanos que éste debe dominar. La hipocresía se alimenta de la mentira, la mentira oscurece el alma, y los que mienten como medio para cualquier fin, con el tiempo regresan más y más a su naturaleza animal. Si la humanidad entera se contagiara con ese vicio, vivir sería el castigo más grande y la muerte sería la única salvación de la especie. Pero la hipocresía se anidaba en mi cabeza de a poquitos, sin darme cuenta, como los años que al final no sabemos cómo se acumularon en nuestro viejo y cansado cuerpo.
–Hoy mismo buscaré un trabajo.
–Eso es lo que quiero escuchar. Esas son las palabras que siempre deberían salir de vos.
Dije T-r-a-b-a-j-o. Me siento más y más cansado. Si vuelvo a repetir esa palabra caeré desmayado y sin fuerza alguna.
-Sí padre. No se preocupe.
Me miró con agrado. Tal vez pensó que este era el comienzo para que me encaminara a una vida normal. Porque para él eso de andar leyendo de un lado a otro, cargando libros de aquí para allá y de allá para acá, es un cuadro que debería permanecer en los manicomios. Las personas normales tienen que trabajar de vendedores, de doctores, de abogados, de ingenieros, de cualquier otra cosa que los aleje de los sucios y polvorientos libros. “La mucha lectura mata” Decía en voz alta. Pero sabía que ya estaba muerto. Que las letras no podían hundirme más en mi oscuro mar de lodo.


Ese día le hablé a un amigo. Tenía un taxi. Y eso de ir de un lado a otro de la ciudad, platicando con personas distintas, era algo que verdaderamente me llamaba la atención. Me dio el trabajo. Pase a ser parte del rubro de los taxistas, del equipo de trabajo más insultado por la sociedad, bueno, apartando a los policías, porque una cosa es ser el rubro más insultado y otras el más insultado y odiado. Cosas distintas, muy distintas. Pero no podía echarme para atrás a pesar de cualquier situación en contra. La pesada palabra tenía que llegar a mí, así como la muerte le llega a todos los vivos. Ahora tenía un trabajo. Ahora dejaba de ser un parásito de la sociedad. ¡Qué paradoja!, porque esta sociedad es el parásito más grande, y las letras o cualquier arte, es la forma más eficiente de no dejar que nos absorba. Pero lo que yo pensaba no tenía peso en este círculo. En fin. Ahora sí era parte del parásito que chupaba la vida del país. Por fin había encontrado trabajo. ¡Oh!, esa palabra, repetí esa palabra de nuevo. Ya no tengo fuerzas para seguir.





                                                                                 De Autobiografía de un Hombre sin Importancia

martes, 22 de abril de 2014

LA PREMIACIÓN





 Death is crown of the life

                                                                                                                           Young


    ¡Hoy es tu día muchacho! ¡Hoy es tu día! -Le repetía don Juan a su querido Ariel. Ariel sentía como la sangre le corría velozmente, como si quisiera inundarlo.  Se alegraba profundamente al sentir las palmadas de ánimo que le daba don Juan y más le animaba que este le mirara con la esperanza incrustada entre sus ojos.

    Al llegar la tarde, Ariel fue llevado por don Juan al lugar donde se marcaría su destino. Miraba asombrado el alboroto que había a su alrededor, tantas personas reunidas para mirarlo, en lo que según decía don Juan, sería “su gran día”.

    El lugar estaba lleno y las personas bailaban, tomaban, comían, se insultaban y hasta se abrazaban amenamente, parecía una feria en su día póstumo.

    Al terminar la tarde llegó el momento del joven Ariel, de eso no había duda. Le dieron dos navajas para la pelea, fue cuando comprendió que las cosas eran serias, así como suelen decir algunos “de vida o muerte”. Pero no sentía miedo, la confianza que le había irradiado don Juan era su pan de cada día.

    Todo fue rápido, una cortada por parte de Ariel, otra por parte del contrincante, luego las heridas superficiales, después el agotamiento y de pronto la estocada final… Ariel quedó tendido en el suelo, con sus ojos mirando el infinito de ese lugar.


    Don Juan permaneció con su rostro estático, levantó al gallo, para luego ir a enterrarlo junto con sus esperanzas.

viernes, 18 de abril de 2014

CRÓNICA DE UNA PESTE ANUNCIADA



No hay olor más insoportable que el del miedo
                                                                                                                                       
                                         
                                                                                                                                    
    Cuando el pequeño Santiago estaba a punto de tomar el café de todas las mañanas, recordó que debía entregar a su amigo aquel libro que trataba de un sentenciado a muerte, en el cual  todos a su alrededor  sabían que moriría, menos él. Y que el personaje se llamara como él, le parecía una coincidencia demoniaca, una broma de mala muerte.

    Con café en mano, tomó el libro y  leyó: “el día en que lo iban a matar, su madre creyó que él se había equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco” Santiago se paró frente al espejo y al verse vestido de blanco tal y como acababa de leer al personaje, pensó que era necesario cambiar de colores y de ideología para poder salvarse la vida.

   Santiago era un joven de 21 años con una conciencia social tan profunda que se había vuelto un líder para las personas que le rodeaban, y si él decía que el rojo y el negro eran los colores con que el cielo estaba pintado, sus seguidores no lo ponían en duda. Pero cuando las cosas en su país se pusieron duras y se les estaba dando seguimiento a todos los líderes de izquierda para darles una muerte anunciada, Santiago se llenó de temor y votó por la ventana todos los ideales que le habían hecho ser uno de los jóvenes más ilustres de su tierra.

    -¿Mamá, hoy no han hablado?
-Tranquilo Santiago, déjate de miedos y haceme caso, porque más sabe el diablo por viejo que por diablo. En aquellos días, cuando agarraban a personas para desaparecerlas, solo era a señores importantes, hombres y mujeres que si no estaban bajo la tierra, hubieran florecido inmensos y fuertes para sacar de sus ceguéz a este pueblo de brutos. Pero voz mijo, déjate de cosas, salí a la calle, divertirte.

    Santiago sabía muy bien que no era en vano que hace dos semanas llamaran a su casa para amenazarle o como decía su madre “para darle un susto”. La última vez que le hablaron le dijeron cosas de suma importancia; La dirección de su casa, a qué horas salía y entraba, los lugares que frecuentaba, las bebidas que tomaba, y así iba aquella lista llena de cosas tan insignificantes, que hasta el mismo Santiago no recordaba tan detalladamente.

    Se miró de pronto al espejo y le daba asco verse vestido de blanco, sabía que la traición era más espantosa que la muerte y que la apariencia de su traje, era un signo de hipocresía descomunal. Pero el miedo le podía más y se repetía con  amargura.- Tirar todo a la mierda, todo, por tenerle miedo a la muerte, si la muerte es más amable con los valientes. Pero ahora que putas voy a hablar de valentía, no quiero morir, no quiero morir…-. Y así se repetía hasta el cansancio, hasta que fue interrumpido por su madre cuando ésta le mandó a comprar leche. Pero antes de hacer caso al mandato de su madre, quiso leer un poco más y  prosiguió con la lectura “Cuando Santiago Nasar salió de su casa, varias personas corrían hacia el puerto, apremiadas por los bramidos del buque. El único lugar abierto en la plaza, era una tienda de leche a un costado de la iglesia, donde estaban los dos hombres que esperaban a Santiago Nasar para matarlo.”

    El libro se le cayó de sus temblorosas manos y al levantarlo le dijo a su madre que se sentía mal y que no quería salir, que por favor mandara a su hermano menor. La madre no le dijo nada, aunque sabía que Santiago no estaba enfermo, por lo menos no del cuerpo, si no que su enfermedad era ver los fantasmas que según él decía, lo despertarían del sueño de la vida.

    Cuando su hermano salió, el teléfono sonó como un grito y Santiago corrió a levantarlo.
-Aja pendejito, ¿vos crees que estamos jugando verdad?, por casualidad ¿no acaba de salir tu hermano de tu casa? Vos crees que no podemos agarrarlo y hacerlo mierda para que veas que hablamos en serio. Mejor salí y platica con nosotros, vamos a dar una vueltecita. No te preocupes.
-Señor, escúcheme por favor, pero escúcheme, ya no ando en nada, créame, ahora hasta de blanco me visto.
-Pero tenés la sangre roja pendejo, la sangre roja y los ojos negros.
-Por favor, por el amor de Dios…
-Si vos no crees en Dios ateo de mierda, vos no crees en nada.
-Ahora voy a misa los domingos, créame compa.
-¡Compa! Y todavía me decís “compa”
-Amigo escúcheme…

    La llamada se cortó. Santiago entró a su cuarto con los ojos llorosos y sin decirle nada a su madre, la cual le insistiría que las llamadas solamente eran para asustarlo un poco. Ya estaba harto de la maternal frase “Tranquilo mi amor, solo es para asustarte” acompañada por una caricia que más parecía de despedida que de consuelo.

    Pasaron las horas y al entrar a su cuarto trató de calmarse pues recordó que solo le quedaban unas horas para terminar con el libro, perder el miedo, he ir a dejárselo a su amigo a unas cuantas calles de su casa.

    Y Prosiguió leyendo; “Mis hermanos menores empezaron a salir de los otros cuartos. Los más pequeños, tocados por el soplo de la tragedia, rompieron a llorar. Mi madre no les hizo caso, por una vez en la vida, ni le prestó atención a su esposo. –Espérate y me visto- le dijo él. Ella estaba ya en la calle. Mi hermano Jaime, que entonces no tenía más de siete años, era el único que estaba vestido para la escuela. –Acompáñala tú- ordenó mi padre. Jaime corrió detrás de ella si saber qué pasaba ni para donde iban, y se agarró de su mano.

   Y en ese instante Santiago deseó con toda su alma, que su madre al verlo temblar tras las llamadas, dijera para consolarlo lo mismo que la señora del libro “animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias”.

   Casi al terminar el libro, el pequeño Santiago sabía que tenía que tomar valor para salir y entregarlo, y para darse ánimos se decía -Si fuera la asesina ilustrada la que hubiera leído otra cosa fuera, pero esta novelita no debería asustarme. Tanto miedo me va a terminar matando.

    Así que terminó la novela, respiró profundo y antes de salir tomó un vaso y lo llenó con agua. Al llevarlo a su boca, comenzó a temblar de tal manera que el líquido caía al suelo antes de llegarle a los labios. Después de respirar profundo, tan profundo como podían soportar sus pulmones, puso el vaso sobre la mesa con la poca agua que había quedado y salió a entregar el libro.

    Esa noche el pequeño Santiago no regresó a casa, la noche siguiente fue lo mismo y los siguientes días serían el espejo infinito de los anteriores. Santiago nunca regresó.

    Su madre comenzó a buscarlo de manera desesperada con la ayuda de sus vecinos. Lloraba desconsolada y se maldecía por no creer que las amenazas llegarían a tomar cuerpo y forma. Un día de tantos que sumaban la búsqueda, su madre se acercó a un matorral donde un olor familiar se le vino de pronto. -Este es Santiago -se dijo. -Así olía desde que el miedo se apoderó del pobre. La madre lo encontró por un olor fuerte, que no era natural sentir en la descomposición de un cuerpo humano. Santiago olía a miedo, apestaba tanto, que las personas que estaban cerca se alejaron a varios metros del lugar. Solo la madre pudo soportar aquel olor que ya le era familiar, el olor del miedo que había quedado en las sabanas y en las sillas, en las cucharas y en la ropa de su hijo.

    Después que lo encontraron, los forenses dictaminaron su muerte y el documento de difusión decía; “Siete de las numerosas heridas eran mortales. El hígado estaba casi seccionado por dos perforaciones profundas en la cara anterior. Tenía cuatro incisiones en el estómago, y una de ellas tan profunda, que lo atravesó por completo y le destruyó el páncreas. Tenía otras seis perforaciones menores en el colon traversa, y múltiples heridas en el intestino delgado. La única que tenía en el dorso, a la altura de la tercera vértebra lumbar, le había perforado el riñón derecho. La Cavidad abdominal estaba ocupada por grandes témpanos de sangre, y entre el lodazal del contenido gástrico apareció una medalla de oro de la virgen del Carmen que Santos se había tragado a la edad de cuatro años. La cavidad torácica mostraba dos perforaciones: una en el segundo espacio intercostal derecho que le alcanzó a perforar el pulmón, y otra muy cerca de la axila izquierda. Tenía además seis heridas menores en los brazos y las manos, y dos tajos horizontales: uno en el muslo derecho y otro en los músculos del abdomen. Tenía una punzada profunda en la palma de la mano derecha, que el informe decía. << Parecía un estigma del crucificado>>.


                                                                                     


                                                                                     Tegucigalpa, noviembre del 2009.

martes, 1 de abril de 2014

DÍA DE TRABAJO

Comienzo la faena diaria. Busco entre los rostros que me hacen la señal de parada uno que me haga sentir en con-fianza. Calles atrás, dos tipos me hicieron la señal de parada, pero sus ojos tenían una especie de filo, algo punzante que me dejó herido. Antes de estos, un joven vestido muy decentemente, pantalón negro de tela, camisa manga larga, azul celeste, una corbata del mismo color del pantalón, zapatos negros, por su brillo se notaba que eran de charol y un maletín que se pasaba nervioso de una mano a otra. Pude notarlo bien porque había algo de tráfico, y sin duda, porque también suelo fijarme mucho en las personas. Al hacerme la parada bajé la ventanilla, pero al hablar, pude notar que sus palabras guardaban una repentina furia, escondida bajo la suavizante máscara de la palabra. Le dije que había olvidado algo y que debía ir de inmediato a traerlo. Él sabía que yo mentía, yo sabía que él mentía. Tal vez por eso no sacó el arma de su maletín y me disparó en la frente. Tal vez porque sabía que había descubierto su identidad y porque había tráfico y las personas que estaban alrededor podían verlo si actuaba de manera brusca. Por eso llevo tres horas dando vueltas y más vueltas, recorriendo la ciudad hasta encontrar un rostro en el cual pueda confiar. Pero es difícil confiar. Las estadísticas dicen que cada día un taxista muere asesinado. Que por lo menos diez son asaltados y de dos a cuatro son secuestrados para que en ellos los delincuentes hagan sus atracos. Ahora no se puede confiar en nadie, ni en hombres vestidos de “smoking”, ni en mujeres vestidas de monjas, las apariencias son la carnada para que como peces mordamos el anzuelo que nos desangrará la boca. ¿Y la policía? Son cómplices de esta tragedia del diario vivir. Ellos mismos venden sus armas, sus chalecos, sus municiones al crimen organizado. Ellos mismos son la banda más grande del crimen organizado. Sigo dando vueltas, la cabeza también trabaja en lo mismo. Canto “La chilanga banda”, porque va de la mano con mi nuevo trabajo y porque la aprendí de niño. A veces la gente se divierte cuando escucha como canto ese trabalenguas con buen ritmo, pero todo se lo debo a la paciencia y dedicación. Las grandes obras de la humanidad son construidas con paciencia y dedicación. Cuando era niño, todavía lo recuerdo, cogí un papel y un lápiz, grabé la canción de la radio y pegaba mi oído al parlante, luego comenzaba a reproducirla y a los segundos le ponía “Stop”, luego la re-trocedía y el proceso comenzaba de nuevo hasta que copiaba con la voluntad de un fonético aquellas palabras que no me decían nada. Ahora soy grande y la canto de nuevo, pero ya sé qué significan sus raros acentos, ya sé qué me sugiere su ritmo alucinante y como lo dice lo digo, con fe lo digo “chambeando de chafirete me sobra chupa y pachanga”. Termino la canción, la ciudad es cada vez más oscura y no es el día que se va y me hace tener esta sensación. La ciudad, me parece una mujer gigante que me deja recorrer los caminos de sus venas, que me deja observar la indecencia de sus calles desnudas, que se deja escupir como Magdalena sin arrepentimiento. La ciudad es más oscura, aunque descanse sobre una llama que alumbra el camino de su perdición. Ya son las cuatro de la tarde, y no he montado a ningún rostro, porque los rostros de los ciudadanos son opacos, como el espejo de mi conciencia que se quiebra en las noches más pesadas. ¿Dónde estará mi primer cliente? ¿en qué vientre o en qué sueño levanta la mano para hacerme parada? Sí, mi primer cliente sueña que yo lo recojo y cuando yo duerma soñaré que pido un taxi y que él es el taxista y así será todos los días hasta que llegue la noche del día, y es que él también tiene miedo de estas calles y de estos pasos que caminan sobre ellas, de este tráfico y de este “smoke” donde se esconden las serpientes que sonríen y es que él y yo somos uno mismo, el reflejo de la sociedad, el espejo que se quiebra de miedo, sí, es que él y yo somos lo mismo, la obra maestra de estas calles sucias, el manojo de nervios que hace sonar en sus manos afiladas, y es que la ciudad también ha sido dedicada y paciente y nosotros somos su obra, somos “los hijos de la perdición y del miedo”. Ya no hay combustible, ya no hay caras conocidas como nunca las ha habido. Ya no hay ganas de seguir en este juego de caníbales. Ya no hay más trabajo. Trabajar es demasiado cansado. Ya no hay nada porque seguir aquí.